1. Catequesis Papales
Catequesis del Papa Francisco,
del miércoles 25 de octubre, 2017.
Última de la Serie sobre la Esperanza.
Martha A. Sialer Ch.
EL PARAÍSO :
META DE NUESTRA ESPERANZA
2. ¡Buenos días!
Esta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana,
que nos ha acompañado desde el inicio de este año litúrgico.
Y concluiré hablando del paraíso, como meta de nuestra esperanza.
«Paraíso»
es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz,
dirigida al buen ladrón, el ladrón arrepentido.
3. Detengámonos un momento en esta escena.
En la cruz, Jesús no está sólo. Junto a Él, a la derecha y
a la izquierda, están dos malhechores.
Tal vez, pasando delante de esas tres cruces izadas en el
Gólgota, alguien exhaló un suspiro de alivio, pensando
que finalmente se hacía justicia condenando a muerte a
gente así.
Junto a Jesús está también un reo confeso: uno que
reconoce haber merecido aquel terrible suplicio.
Lo llamamos el “buen ladrón”, el cual, oponiéndose al
otro, dice: nosotros recibimos lo que hemos merecido por
nuestras acciones (Cfr. Lc 23,41).
4. En el Calvario, ese viernes trágico y santo, Jesús llega al
extremo de su encarnación, de su solidaridad con
nosotros pecadores.
Ahí se realiza lo que el profeta Isaías había dicho del
Siervo sufriente : «fue contado entre los culpables» (53,12;
Cfr. Lc 22,37).
Es ahí, en el Calvario, que Jesús tiene la última cita con un
pecador, para abrirle también a él las puertas de su Reino.
Esto es interesante : es la única vez que la palabra “paraíso”
aparece en los evangelios.
5. El paraíso.
Jesús lo promete a un “pobre diablo” que en la madera de la cruz
ha tenido la valentía de dirigirle el más humilde de los pedidos:
«Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino» (Lc 23,42).
No tenía obras de bien por hacer valer, no tenía nada, sino se
encomienda a Jesús, que lo reconoce como inocente, bueno, aún
diferente de él (v. 41).
Ha sido suficiente esta palabra de humilde arrepentimiento, para
tocar el corazón de Jesús.
6. El llamado buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera
condición ante Dios :
que nosotros somos sus hijos, que Él siente compasión por
nosotros, que Él se derrumba cada vez que le manifestamos
la nostalgia de su amor.
En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de
las prisiones este milagro se repite numerosas veces : no
existe una persona, aunque haya vivido mal, a la cual le
quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia.
7. Ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías,
un poco como el publicano de la parábola, que se había
detenido a orar al final del templo (Cfr. Lc 18,13).
Y cada vez que un hombre, haciendo el último examen de
conciencia de su vida, descubre que las faltas superan
largamente a las obras de bien, no debe desanimarse,
sino confiar en la misericordia de Dios.
¡Y esto nos da esperanza, esto nos abre el corazón!
8. Dios es Padre, y hasta el último momento espera nuestro regreso.
Y al hijo pródigo que ha regresado, que comienza a confesar sus
culpas, el padre lo calla con un abrazo (Cfr. Lc 15,20).
¡Este es Dios : así nos ama!
El paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho
menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con
Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha
muerto en la cruz por nosotros.
9. Donde está Jesús, hay misericordia y felicidad; sin Él existe el
frio y las tinieblas.
A la hora de la muerte, el cristiano repite a Jesús : “Acuérdate
de mí”. Y aunque no existiese nadie que se acuerde de
nosotros, Jesús está ahí, junto a nosotros.
Quiere llevarnos al lugar más bello que existe. Quiere llevarnos
allá con lo poco o mucho de bien que existe en nuestra vida,
para que nada se pierda de lo que ya Él había redimido.
Y a la casa del Padre llevará también todo lo que en nosotros
tiene todavía necesidad de redención : las faltas y las
equivocaciones de una vida entera. Es esta la meta de nuestra
existencia: que todo se cumpla, y sea transformado en el amor.
10. Si creemos en esto, la muerte deja de darnos miedo, y
podemos incluso esperar partir de este mundo de manera
serena, con mucha confianza.
Quien ha conocido a Jesús, no teme más nada.
Y podremos repetir también nosotros las palabras del
viejo Simeón, también él bendecido por el encuentro con
Cristo, después de una entera vida consumida en la
espera :
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en
paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la
salvación» (Lc 2,29-30).
11. Y en ese instante, finalmente, no tendremos más
necesidad de nada, no veremos más de manera confusa.
No lloraremos más inútilmente, porque todo es pasado;
incluso las profecías, también el conocimiento.
Pero el amor no, es lo que queda.
Porque «el amor no pasará jamás» (Cfr. 1 Cor 13,8).
Gracias.
12. ¿Quiere ver la Catequesis
solo como texto?
Le sugiero este enlace : VER
Barthimeus, Instituto para el Progreso Humano Hasta la próxima Catequesis