2. SAN AGUSTÍN LAVA LOS PIES A UN PEREGRINO QUE RESULTA SER CRISTO
(GRABADO DE SCHELTE ADAMS BOLSWERT, AMBERES, 1624)
3. MISERICORDIAE VULTUS
• Por la bula Misericordiae vultus (11 de abril
de 2015), el Papa Francisco nos convoca a un
Jubileo de la Misericordia que se celebrará en
toda la Iglesia desde el 8 de diciembre de
2015 al 20 de noviembre de 2016.
• Vamos a centrarnos en ello durante este en-
cuentro de hoy recurriendo a la experiencia
de la misericordia en San Agustín.
13. MISERICORDIA:
DE MISERIA Y DE CORAZÓN
• Se habla de misericordia cuando la miseria
ajena toca y sacude tu corazón.
• Todas las obras buenas que realizamos en
esta vida caen dentro de la misericordia (s.
358, 1).
• Se muestra en Cristo, por su Encarnación,
como Buen Samaritano, que nos atiende tras
habernos asaltado y despojado Satanás.
17. San Agustín acentúa de manera paralela la misericordia de Dios, junto
con su justicia, señalando que el tiempo presente es tiempo de miseri-
cordia pero que vendrá después el momento del juicio: “Cantaremos al
Señor la misericordia y el juicio; primero se envía por delante la miseri-
cordia y luego se ejerce el juicio. La separación tendrá lugar en el juicio.
Ahora escúcheme el que es bueno, y hágase mejor; escúcheme también el
malo, y conviértase en bueno mientras es tiempo de arrepentimiento y no
aún de proferir la sentencia”. (s. 250, 2) En este juicio final habrá miseri-
cordia para quien fue misericordioso, pero no para quien la negó, como en
el caso del rico necio de la parábola del pobre Lázaro, caso que es comen-
tado por el mismo san Agustín como una invitación a practicar la mise-
ricordia en este tiempo de peregrinación, antes de llegar al día del juicio: Se
encontró con que se le negaba la misericordia que él había denegado. Se
dio cuenta de que es cierto que habrá un juicio sin misericordia para quien
no la tuvo (s. 41, 4).
18.
19.
20.
21. “Practicad la limosna auténtica. ¿Qué es la limosna? La
misericordia. Escucha a la Escritura: Compadécete de tu
alma agradando a Dios. Practica la limosna: compadéce-
te de tu alma agradando a Dios. Tu alma mendiga ante
tus puertas; regresa a tu conciencia”. (s. 106, 4) Y junto
con todas las demás obras de misericordia, San Agustín
ante todo señala la limosna y la ayuda a los pobres, pues
ésta encierra una doble obra de misericordia, ya que
quien hace limosna personalmente, por una parte se
compadece del pobre, pero por otra parte es misericor-
dioso consigo mismo al saberse limitado y necesitado:
“Otra cosa quiero advertiros: sabed que quien da perso-
nalmente algo a los pobres realiza una doble obra de
misericordia” (s. 259, 5) San Agustín nos invitaría a
realizar obras de misericordia y a darle a toda persona
que nos pida.
22. No obstante, en situaciones particulares o en
donaciones de un cierto calado, San Agustín es el
único Padre de la Iglesia que se hace eco,
curiosamente, de una frase de la Didaché (1.6):
“y la Escritura dice en otro sitio: Sude la limosna
en tu mano hasta que encuentres al justo a
quien se la entregues (en. Ps. 146, 17). Si bien es
cierto que San Agustín cree que esta frase es de
la Escritura, lo fundamental es que nos invita a
hacer bien el bien, es decir, a practicar la miseri-
cordia con sapiencia y prudencia.
23. San Agustín será una persona que en su práctica pastoral
manifestará la misericordia, tanto personalmente, dando a
los pobres lo que puede y tiene, como por medio de dos
instituciones episcopales en su diócesis de Hipona, como
fueron la matricula pauperum (ep. 20*, 2) y el xenodochium
(s. 356, 10). La primera era una lista de las personas o fa-
milias más pobres, a las que se socorría periódicamente con
los alimentos y elementos necesarios. El xenodochium era un
albergue en donde se ayudará a los extranjeros, peregrinos,
pobres y necesitados de la diócesis de Hipona. Y este
ejemplo de misericordia de su pastor llevó al pueblo fiel de
Hipona a imitar su comportamiento, de modo que en una
ocasión en la que San Agustín estaba ausente, los mismos
laicos reunieron una fuerte cantidad de dinero para rescatar
a más de 200 personas que habían sido secuestrados y eran
llevados para ser vendidos como esclavos.
24. MISERICORDIA Y JUSTICIA
• No se puede hablar de miseri-
cordia sin referirnos a la justi-
cia.
• Ni se puede hablar de justicia
sin referirnos a la misericor-
dia.
25. Así pues, si practicáis la misericor-dia y la justicia para con mi
señor, decídmelo. Esas dos palabras, miseri-cordia y justicia, que
aparecen tan-tas veces en otros pasajes de las Santas Escrituras, y
sobre todo en los Salmos y lo mismo vale para la misericordia y la
verdad, ya comien-zan a usarse a partir de este pa-saje. (San
Agustín, Cuestiones sobre el Génesis, LI, 66)
26. Hoy en día parece que andamos de rebajas y promociones, ofreciendo
misericordia para que los que se sienten mal o rechazados, vuelvan a la Iglesia. Lo
que no nos entra en la cabeza es que la misericordia sin justicia, se convierte, con
mucha facilidad, en complici-dad y complacencia. NO DEBEMOS FALSEAR LAS
COSAS. Intentamos separar la cara de la cruz de la misma moneda, que es el
Amor de Dios. La cara y la cruz deben estar juntas y si no lo están, lo que nos
ofrecen es una mo-neda falsa, ALGOFRAUDULENTO.
27. La misericordia y la verdad nunca se aparten de ti; átalas a tu
cuello, escríbelas en la tabla de tu cora-zón. Así hallarás favor y
buena es-timación ante los ojos de Dios y de los hombres. Confía
en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio
entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y El
enderezará tus sendas.(Proverbios 3, 3-6)
28. Llevar en nuestro corazón impresas la justicia y la misericordia es un
milagro que tiene mucho que ver con la conver-sión que Cristo nos
reclama. Nacer de nuevo del Agua y del Espíritu, adorar a Dios en
Espíritu y Verdad, tomar nuestra cruz y negarnos a nosotros mismos,
mar-ca el corazón con justicia y misericor-dia. Justicia que conoce y
señala el ca-mino. Misericordia que ayuda a quien ne-cesita andarlo y no
tiene fuerzas sufi-cientes.
29. EL LIBRO DE LAS CONFESIONES
• Nos ceñimos (pues no pode-
mos ser exhaustivos para el
tiempo que tenemos) en el
libro tercero.
• No podemos detenernos en
La Ciudad de Dios.
37. Y anduvo y anduvo y viajó y viajó de
acá para allá…, hasta hacerse retórico.
38. Sin saber lo fundamental:
Que el amor viene de Dios
39. Y pasaron los años… y presumió de no
ser ya un niño… y tuvo un hijo…
40. CAPÍTULO I
“2. Así manchaba yo con sórdida concupiscencia
la clara fuente de la amistad y nublaba su candor
con las tinieblas de la carnalidad. Sabiéndome
odioso y deshonesto, trataba en mi vanidad de apa-
recer educado y elegante. Me despeñé en un tipo de
amor en que deseaba ser cautivo. ¡Dios mío, mise-
ricordia mía! ¡Con cuántas hieles me amargaste, en
tu bondad, aquellas malas suavidades! Porque mi
amor fue correspondido y llegué hasta el enlace
secreto y voluptuoso y con alegría me dejaba atar
por dolorosos vínculos: fui azotado con los hierros
candentes de los celos y las sospechas, los temores,
las iras y las riñas.”
41. CAPÍTULO II
“3. Pero guárdate bien, alma mía, de la inmundicia, guárdate de ella,
bajo la tutela de tu Dios, del Dios de nuestros padres, excelso y
laudable por todos los siglos (Dn 3, 52). No es que me falte ahora la
misericordia; pero en aquellos días gozaba yo con ver en el teatro a los
amantes que criminalmente se amaban, aun cuando todo aquello fue-
ra imaginario y escénico. Cuando el uno al otro se perdían me ponía
triste la compasión; pero me deleitaba tanto en lo uno como en lo otro.
Muy mayor misericordia siento ahora por el que vive contento con el
vicio, que no por el que sufre grandes penas por la pérdida de un
pernicioso placer y una mentida felicidad. Este tipo de misericordia es
de cierto mucho más verdadero, precisamente porque en ella no hay
deleite en el dolor. Si es laudable oficio de caridad compadecer al que
sufre, un hombre de veras misericordioso preferiría con mucho que no
hubiera nada que compadecer. Absurdo sería hablar de una "bene-
volencia malévola", pero este absurdo sería necesario para que un
hombre pudiera al mismo tiempo ser en verdad misericordioso y
desear que haya miserables para poderlos compadecer.”
42. “ 4. Hay pues dolores que se pueden admitir,
porque son útiles; pero el dolor en sí no es digno
de amor.
Esto es lo que pasa contigo, mi Dios y Señor,
que amas las almas de tus hijos con amor más
alto y más puro que el nuestro; la tuya es una
misericordia incorruptible y, cuando nos compa-
deces, nuestro dolor no te lastima. ¿Quién en
esto como tú?”
43. CAPÍTULO III
“2. Aquellos estudios míos, estimados como muy honorables, me encaminaban
a las actividades del foro y sus litigios, en los cuales resulta más excelente y
alabado el que es más fraudulento. Tanta así es la ceguera humana, que de la
ceguera misma se gloría. Yo era ya mayor en la escuela de Retórica. Era soberbio
y petulante y tenía la cabeza llena de humo, pero era más moderado que otros,
como tú bien lo sabes; porque me mantenía alejado de los abusos que cometían
los "eversores”, cuyo nombre mismo, siniestro y diabólico era tenido como signo
de honor. Entre ellos andaba yo con la imprudente vergüenza de no ser como
ellos. Entre ellos andaba y me complacía en su amistad, aun cuando su com-
portamiento me era aborrecible, ya que persistentemente atormentaban la
timidez de los recién llegados a la escuela con burlas gratuitas y pesadas en que
ellos hallaban su propia alegría. Nada tan semejante a esto como las acciones de
los demonios y, por eso, nada tan apropiado como llamarlos "eversores", derri-
badores. Burlados y pervertidos primero ellos mismos por el engaño y la falsa
seducción de los espíritus invisibles, pasaban luego a burlarse y a engañar a los
demás.”
44. CAPÍTULO IV
“3. Bien sabes tú, luz de mi corazón, que en esos tiempos no
conocía yo aún esas palabras apostólicas, pero me atraía la
exhortación del Hortensius a no seguir esta secta o la otra,
sino la sabiduría misma, cualquiera que ella fuese. Esta sa-
biduría tenía yo que amar, buscar y conseguir y el libro me
exhortaba a abrazarme a ella con todas mis fuerzas. Yo es-
taba enardecido. Lo único que me faltaba en medio de tanta
fragancia era el nombre de Cristo, que en él no aparecía.
Pues tu misericordia hizo que el nombre de tu Hijo, mi Sal-
vador, lo bebiera yo con la leche materna y lo tuviera siem-
pre en muy alto lugar; razón por la cual una literatura que
lo ignora, por verídica y pulida que pudiera ser, no lograba
apoderarse de mí.”
48. Agustín se sintió inspirado a abrir su Biblia al azar, y leyó lo
primero que llego a su vista. San Agustín leyó las palabras de la
carta de San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14: “nada de
comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos …
revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la
carne para satisfacer sus concupiscencias.” Este acontecimiento
marcó su vida, y a partir de ese momento en adelante el estuvo
firme en su resolución y pudo permanecer casto por el resto de
su vida. Esto sucedió en el año 386. Al año siguiente, 387,
Agustín fue bautizado. Poco después de su bautismo, su madre
cayó muy enferma y falleció poco después de cumplir 56 años,
cuando San Agustín tenía 33.
49.
50. CAPÍTULO X
“1. Pero tú, Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi
alma de aquella negra humareda porque mi madre, tu sierva fiel,
lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales
corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe
que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor. La oíste cuando ella
con sus lágrimas regaba la tierra ante tus ojos; ella oraba por mí en
todas partes y tú oíste su plegaria. Pues, ¿de dónde sino de ti le vino
aquel sueño consolador en que me vio vivir con ella, comer con ella a
la misma mesa, cosa que ella no había querido por el horror que le
causaban mis blasfemos errores? Se vio de pie en una regla de madera
y que a ella sumida en la tristeza, se llegaba un joven alegre y es-
pléndido que le sonreía. No por saberlo sino para enseñarla, le
preguntó el joven por la causa de su tristeza y ella respondió que
lloraba por mi perdición. Le mandó entonces que se tranquilizara,
que pusiera atención y que viera cómo en donde ella estaba, también
estaba yo. Miró ella entonces y, junto a sí, me vio de pie en la misma
regla. ¿De dónde esto, Señor, sino porque tu oído estaba en su
corazón?”
51. En poco tiempo, el antiguo retórico se convirtió en
uno de los exponentes más importantes del cristia-
nismo: muy activo en el gobierno de su diócesis,
también con notables implicaciones civiles (La ciudad
de Dios), en sus más de 35 años de episcopado, el
obispo de Hipona influyó notablemente en la direc-
ción de la Iglesia Católica del África romana y, más en
general, en el cristianismo de su tiempo, afrontando
tendencias religiosas y herejías tenaces y disgregado-
ras, como el maniqueísmo, el donatismo y el pelagia-
nismo, que ponían en peligro la fe cristiana en el Dios
único y rico en misericordia.
56. Pero ahora, en este ocaso revelador, otro
pensamiento, más allá de la última luz ves-
pertina, presagio de la aurora eterna, ocupa mi
espíritu: y es el ansia de aprovechar la hora
undécima, la prisa de hacer algo importante
antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo
reparar las acciones mal hechas, cómo recu-
perar el tiempo perdido, cómo aferrar en esta
última posibilidad de opción el “unum necesa-
rium”, la única cosa necesaria?
57. A la gratitud sucede el arrepenti-
miento. Al grito de gloria hacia Dios
Creador y Padre sucede el grito que
invoca misericordia y perdón. Que al
menos sepa yo hacer esto: invocar
tu bondad y confesar con mi culpa tu
infinita capacidad de salvar. “Kyrie
eleison: Christe eleison: Kyrie elei-
son”.
58. Aquí aflora a la memoria la pobre historia de mi vida,
entretejida, por un lado con la urdimbre de singulares
e inmerecidos beneficios, provenientes de una bondad
inefable (es la que espero podré ver un día y “cantar
eternamente”); y, por otro, cruzada por una trama de
míseras acciones, que sería preferible no recordar, son
tan defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ri-
dículas. “Tu scis insipientiam meam” (Tú conoces mi
ignorancia, Sal 68, 6). Pobre vida débil, enclenque,
mezquina, tan necesitada de paciencia, de reparación,
de infinita misericordia. Siempre me parece suprema la
síntesis de San Agustín: miseria y misericordia. Mise-
ria mía, misericordia de Dios. Que al menos pueda
honrar a Quien Tú eres, el Dios de infinita bondad, in-
vocando, aceptando, celebrando tu dulcísima miseri-
cordia.
59. Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no
mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencilla-
mente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tu-
ya, el deber que deriva de las circunstancias en que me
encuentro.
60. Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer
gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí,
aun cuando supere inmensamente mis fuerzas
y me exija la vida. Finalmente, en esta última
hora.
Inclino la cabeza y levanto el espíritu. Me
humillo a mí mismo y te exalto a ti, Dios, “cuya
naturaleza es bondad” (San León). Deja que en
esta última vigilia te rinda homenaje, Dios vivo
y verdadero, que mañana serás mi juez, y que te
dé la alabanza que más deseas, el nombre que
prefieres: eres Padre.
62. Bien cierto es, Agustín,
que tú nos convocas a la vida interior;
a esa vida que nuestra educación moderna,
totalmente proyectada hacia el mundo
exterior,
deja languidecer, por producirnos hastío.
Nosotros ya no sabemos recogernos;
no sabemos meditar;
no sabemos orar.
63. Si conseguimos entrar en nuestro espíritu,
nos enclaustramos dentro
y perdemos el sentido de la realidad exterior.
Y, si salimos afuera,
perdemos el sentido y el gusto de la realidad
interior
y de la verdad
que sólo nos descubre la ventana de la vida
interior.
Ya no sabemos mantener
la justa relación entre inmanencia y
transcendencia;
no sabemos encontrar
el sendero de la verdad y de la realidad,
porque hemos olvidado su punto de partida,
que es la vida interior,
y su punto de llegada, que es Dios.
64. Agustín:
espoléanos hacia nosotros mismos;
enséñanos el valor y la inmensidad
del reino interior;
recuérdanos aquellas palabras tuyas:
"Subiré por medio del alma.";
implanta, en fin, en nuestras almas
tu mismo apasionamiento:
"¡Oh verdad, oh verdad,
qué suspiros tan profundos subían a ti
de lo más íntimo de mi alma!".
65. Agustín:
sé nuestro maestro de vida interior;
haz que, recuperándola,
nos recuperemos a nosotros mismos;
que, de nuevo en posesión de nuestra alma,
podamos descubrir dentro de ella
el reflejo, la presencia y la acción de Dios,
y que, dóciles a la invitación de nuestra verdadera
naturaleza
y más dóciles aún al misterio de su gracia,
podamos alcanzar la sabiduría:
con el pensamiento, la Verdad;
con la Verdad, el Amor;
con el Amor, la plenitud de la Vida que es Dios.