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             Docencia e investigación en la universidad:
             una profesión, dos mundos
             Juana Mª Sancho Gil
             Universitat de Barcelona. Departament de Didàctica i Organització Educativa
             Campus Vall d’Hebron. Avda. de la Vall d’Hebron, 171. 08035 Barcelona
             jmsancho@ariadna.d5.ub.es




             Resumen

             La finalidad de este artículo es explorar las conexiones entre las dos actividades primor-
             diales del trabajo en la universidad: la docencia y la investigación. Acometer este empeño
             podría hacerse siguiendo distintos recorridos. Por razones de oportunidad e interés he opta-
             do por centrar su contenido en la exploración de dos temas amplios y complementarios. El
             primero se refiere al sentido de las interdependencias entre la docencia y la investigación,
             sus posibles coincidencias y discrepancias y su incidencia en la mejora de ambas. El segun-
             do, en estrecha relación con el anterior, tiene que ver con hasta qué punto la institución
             universitaria y quienes trabajamos en ella utilizamos los resultados de la investigación sobre
             cómo aprenden los individuos y la naturaleza del conocimiento con el fin de organizar
             situaciones de enseñanza y aprendizaje que signifiquen una mejora de la docencia.
             Palabras clave: docencia universitaria, investigación, docencia versus investigación.

             Resum

             La finalitat d’aquest article és explorar les connexions entre les dues activitats primordials
             del treball a la universitat: la docència i la investigació. La realització d’aquestes pot conduir-
             nos per dos camins diferents. Per raons d’oportunitat i interès he optat pe centrar el seu
             contingut en l’exploració de dos temàtiques amplies i complementàries. La primera es refe-
             reix al sentit de les interdependències entre la docència i la investigació, les seves possibles
             coincidències i discrepàncies i la seva incidència en la millora d’ambdues. La segona, en
             estreta relació amb l’anterior, té a veure amb fins a quin punt la institució universitària i
             els qui treballem en ella utilitzem els resultats de la investigació sobre com aprenen els indi-
             vidus i la naturalesa del coneixement amb la finalitat d’organitzar situacions d’ensenya-
             ment i aprenentatge que signifiquin una millora docent.
             Paraules clau: docència universitària, investigació, docència versus investigació.

             Abstract

             The main aim of this article is to explore the relationships between the two primary activ-
             ities in higher education institutions: teaching and research. This task could be done from
             different perspectives. Due to opportunity and interest reasons I have focused the content
             of this article in two broad and complementary issues. The first one deals with the mean-
             ing of interdependencies between research and teaching, its coincidences and divergences,
             and its influence in the improvement of both activities. The second one, explores to what
             extend higher education institutions and those who work in them use research results about
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            42   Educar 28, 2001                                                           Juana Mª Sancho


            how people learn and the nature of knowledge to organise teaching and learning environ-
            ments to enhance the improvement of teaching.
            Key words: university teaching, research, teaching vs. research.

                                                       Sumario
                        Un trabajo de límites difusos         ¿Tenemos las perspectivas
                               Relaciones asimétricas         contemporáneas sobre el conocimiento?
             Buenos investigadores ¿buenos docentes?          A modo de conclusión
                ¿Tenemos en cuenta el conocimiento            Bibliografía
                   disponible sobre cómo aprende el
                                          alumnado?

            Un trabajo de límites difusos
            No sé si existe alguna otra profesión en la que las funciones y las expectativas
            sean a la vez tan claras y tan difusas como el caso del profesorado de universi-
            dad. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que las universidades deben ser
            consideradas tanto instituciones de enseñanza como de investigación. Por el tipo
            de actividades que en ellas se llevan a cabo forman parte tanto del sistema edu-
            cativo como del de la ciencia, la tecnología y la industria (Mansfield y Lee, 1996)1.
                Para Vidal y Quintanilla (2000), en todos los países, pero sobre todo en los
            que como en España los departamentos de investigación en las empresas no
            cuentan con tradición ni amplia implantación, la investigación que se realiza
            en la universidad es de importancia vital para todo el sistema de la ciencia, la
            tecnología y la industria, independientemente del tipo de enseñanza que lleven
            a cabo. Sin embargo, en las universidades la investigación la ejecutan las mis-
            mas personas y al mismo tiempo que desempeñan las tareas de enseñanza.
                En la Universidad en la que desempeño mi trabajo he oído decir, aunque
            nunca lo he visto escrito, que se supone que un profesor titular o catedrático
            (sin especificar si de universidad o de escuela universitaria) tendría que emplear
            un tercio de su tiempo en la docencia, un tercio en la investigación y un tercio
            en la gestión. Por otro lado, en los proyectos de investigación del plan nacio-
            nal, un profesor o profesora titular puede dedicar a un solo proyecto hasta
            32 horas a la semana (16 si lo hace a dos). Mientras los asociados sólo pueden
            dedicar 16 y los becarios de personal investigador, 402. Lo que nunca he sabi-
            do es a qué jornada laboral se referían, porque si pensamos en términos de
            cuarenta horas (no treinta y siete y media o treinta y cinco como se apunta
            desde hace algún tiempo), el esquema no cuadra. Ocho horas de clase pre-

            1. En España este carácter dual, que enriquece a la institución al tiempo que le produce un
               buen número de problemas, se ha hecho mucho más evidente en la última remodelación
               ministerial con la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Situación que configu-
               ra una dependencia bicéfala de la Administración.
            2. Lo que no significa que no se puedan tener otros proyectos con otras fuentes de financiación.
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             sencial a la semana, realizadas con profesionalidad y un mínimo de inercia y
             rutina, conllevan un buen volumen de estudio, preparación, atención al alum-
             nado y corrección de trabajos. Realizar investigación implica dedicar una impor-
             tante porción de tiempo a la planificación, la recogida de datos, la escritura y
             la divulgación. Además, lograr financiación para los proyectos significa un tra-
             bajo, en algunos casos, ímprobo. Finalmente realizar con eficacia tareas de ges-
             tión, desde las que nos tocan a todos (reuniones de departamento, coordina-
             ción de asignaturas, etc.), hasta la participación en comisiones diversas y
             tribunales varios implica una buena dosis de tiempo, energía y, a menudo,
             voluntad.
                 En definitiva, una primera aproximación al trabajo profesional académi-
             co, de contornos difusos y contenido poco definido, parece acercarnos a un
             ámbito laboral de múltiples y variadas tareas y horario indefinido. Sin embar-
             go, al acercarnos a la realidad, el trabajo y las tareas no parecen estar ni clara-
             mente estipuladas para todos, ni repartidas entre todos por igual.
                 Una carrera universitaria suele comenzar con un contrato para impartir
             docencia: asociado de X créditos hasta un máximo de dieciocho, si es a tiem-
             po parcial, o 24 a tiempo completo, que son los menos. Sólo quienes firman
             este contrato tras haber realizado el doctorado o disfrutado de una beca de for-
             mación de personal investigador (o de colaboración a la docencia y la investi-
             gación, como en el caso de la Universidad de Barcelona), tienen experiencia
             como investigadores. En el segundo caso, pueden tener más preparación para
             la realización y gestión de proyectos de investigación. Sin embargo, lo men-
             guado del salario, que suelen tener que completar con otros trabajos, incluso
             el de tiempo completo, les dificulta su participación en investigaciones.
                 Si pasado el tiempo se convierten en profesores titulares o catedráticos, su
             nueva posición parece que conlleva añadir a sus tareas de docencia las de inves-
             tigación y gestión. Y digo parece de forma intencionada porque ni existen sis-
             temas de seguimiento y control, ni políticas articuladas y eficaces de fomento
             a la investigación. Algunos países y universidades han comenzado a poner en
             práctica evaluaciones institucionales de los logros de la investigación, pasan-
             do ésta de ser una responsabilidad individual a un interés colectivo de la orga-
             nización y los departamentos (Henkel, 1999)3. En estos casos, de los resulta-
             dos de esta evaluación dependen la adjudicación de fondos y, por tanto, la
             distribución de la carga docente entre el profesorado. Sin embargo, ésta no es
             una práctica común ni generalizada. Por lo cual, la «igualdad» de trato en la
             distribución de los créditos de docencia entre todo el profesorado de un depar-
             tamento, independientemente de su actividad investigadora, sitúa a los que
             también realizan investigación en una clara situación de desequilibrio. Para
             este colectivo, además del prestigio que les puede proporcionar su tarea, su
             compensación institucional suele consistir en presentarse cada seis años a una

             3. Cabría destacar, que en la actual discusión sobre la reforma de la gestión de las universida-
                des españolas, este tema, de indudable interés, no está siendo considerado de manera explí-
                cita.
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            evaluación de su actividad investigadora que le reportará un complemento
            simbólico a su sueldo4.
                En esta situación derivada de una determinada cultura académica, a fina-
            les de la década de los ochenta el 47% de los investigadores del país eran pro-
            fesores y profesoras universitarias, mientras el 21% trabajaba en el CSIC y el
            32% en las empresas públicas y privadas. Sin embargo, según los datos esta-
            dísticos utilizados por Pascual (1991), de los 36.018 docentes universitarios, de
            los cuales 18.816 eran titulares o catedráticos, sólo aparecían 9.153 investiga-
            dores con una dedicación teórica de 40 horas a la semana. Esto significa que sólo
            el 41% del profesorado universitario estaba involucrado en proyectos finan-
            ciados de investigación del plan nacional.
                En este artículo no me referiré a la situación de la investigación en gene-
            ral5 y a la del ámbito de la educación, en particular, porque ya lo he hecho en
            trabajos anteriores (Bartolomé y Sancho, 1996; Sancho y Hernández, 1997 y
            Sancho, 2001) y no es el objetivo directo de esta aportación. Sin embargo, al
            adentrarnos en la problemática general de la relación entre investigación y
            docencia, convendrá no olvidar la temática de fondo de las condiciones de tra-
            bajo en las que se realiza la investigación. Sobre todo porque, como señala
            Terenzini (1999), se suele asumir que la investigación y la enseñanza están ínti-
            mamente relacionadas, que los académicos han de investigar para ser buenos pro-
            fesores. Así mismo se argumenta que son los investigadores los que suelen estar
            en la «punta de lanza» de sus disciplinas y traspasan a los estudiantes su entu-
            siasmo por aprender. Sin embargo, como se discute en este artículo, esta situa-
            ción no siempre resulta evidente.

            Relaciones asimétricas
            Los análisis llevados a cabo sobre los vínculos entre la enseñanza y la investi-
            gación han sido muchos y variados. Braxton (1996) propone tres posibles pers-
            pectivas para esta conexión:
            — la nula, cuando no existe relación;
            — la de conflicto, cuando la relación es negativa;
            — la complementaria, cuando existe similaridad entre la enseñanza y la inves-
              tigación.
               Sin embargo, Vidal y Quintanilla (1999) proponen enfocar el problema
            como un sistema dinámico en el que es posible encontrar diferentes bucles
            entre enseñanza e investigación. En algunas circunstancias, para estos autores,


            4. Es importante advertir que en muchos ámbitos universitarios la realización de tareas de ase-
               soría, formación, transferencia de tecnología o conocimiento o de trabajos varios como
               exposiciones, traducciones, escritura de artículos, libros, etc., se revela mucho más lucrati-
               vo y socialmente reconocido que la investigación. Sobre todo en las ciencias sociales y huma-
               nas.
            5. Ver Alemany (1999) para una visión sobre el tema.
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             la relación será positiva y se posibilitará la transferencia, mientras en otras será
             negativa y se creará interferencia.
                 Clark (1997) realizó un análisis de cómo poder integrar la investigación y
             la docencia y argumentó que la investigación tiene, por supuesto, un lugar en
             el ámbito de la enseñanza y que este concepto no es nuevo ni en la teoría ni
             en la práctica. Sin embargo, para este autor, esta fuerte conexión se encontra-
             ría sobre todo en los programas de postgrado. En este marco no hay espacio
             para una tesis de incompatibilidad. Este análisis no pierde de vista los progra-
             mas de licenciatura en los que la actividad docente suele tener lugar con gru-
             pos numerosos, en los que abundan las clases expositivas centradas en el pro-
             fesor. En este contexto, si se realiza investigación suele verse como una actividad
             separada de la docencia. En este ámbito encuentra Clark un cierto nivel de
             incompatibilidad y sugiere que se le preste una especial atención.
                 Esta sugerencia es particularmente relevante para la universidad española en
             la que, como señalan Vidal y Quintanilla (1999) casi todo el profesorado uni-
             versitario imparte clase a estudiantes de licenciatura y, en la mayoría de las
             facultades, este tipo de enseñanza ocupa prácticamente todo el tiempo dedi-
             cado a la docencia. Es evidente que existen programas de doctorado, pero la
             posible interferencia entre enseñanza e investigación es clara para todo el sistema
             universitario español por la enorme importancia de los estudios de licenciatu-
             ra. Por ello, como apuntan estos autores, la interferencia es posible y por tanto
             es importante determinar hasta qué punto puede alcanzar el grado de incom-
             patibilidad.
                 Vidal y Quintanilla (1999) se refieren a la encuesta publicada por el Ins-
             tituto Nacional de Estadística en 1991, según la cual los académicos dedican
             el 46% del tiempo a la enseñanza, el 41% a la investigación y el 13% a tareas
             administrativas y de otro tipo. Parece ser que esta encuesta no exploró el tiem-
             po dedicado a las dos actividades en conjunto. Del mismo modo, no queda
             claro a qué dedica el tiempo el profesorado que no lleva a cabo investigación.
             Sin embargo, el problema, para Vidal y Quintanilla, es que las relaciones entre
             la investigación y la enseñanza no son sólo un tema institucional. La cuestión
             clave se sitúa en el tiempo que dedican los académicos a la enseñanza y a la
             investigación para poder lograr un cierto equilibrio institucional.
                 Según estos autores, otros dos temas a tener en cuenta son la estructura del
             personal académico que, en la universidad española, está diseñado para res-
             ponder a las necesidades de la enseñanza, y que los logros en investigación se
             valoran más que las calificaciones pedagógicas en la promoción y selección de
             académicos, algo que también sucede en otros sistemas universitarios.
                 Estos dos temas contribuyen a crear una situación un tanto paradójica y
             desigual en el complejo entramado de la universidad española. Los académicos
             que investigan, ya hemos evidenciado que un buen porcentaje no lo hace,
             pasan casi la mitad del tiempo dedicados a tareas de investigación y la otra
             mitad a las de docencia. Pero son escogidos de acuerdo con las necesidades de
             enseñanza mientras que la selección (titularidad o cátedra), en unas áreas
             de conocimiento más que en otras, se realiza teniendo en cuenta los logros en
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            la investigación. Para Vidal y Quintanilla, esta situación poco clara sugiere que
            el equilibrio deseable entre investigación y enseñanza en el nivel individual sea
            difícil de conseguir.
                En el estudio realizado por Vidal y Quintanilla (1999) la opinión gene-
            ralizada entre los académicos españoles es que la relación entre la investiga-
            ción y la enseñanza es inevitable. Casi nadie está de acuerdo con la idea de que
            trabajar en la universidad implique sólo enseñar. Es más, en algunos casos
            específicos, el profesorado preferiría sólo investigar, o dedicarse a su actividad
            creativa (pintura, escultura, literatura, etc.). Sin embargo, para estos auto-
            res, esta relación inevitable puede ser positiva o negativa, y eso es lo que
            intentaron determinar estos autores en su estudio, al que me refiero a con-
            tinuación.
                La interferencia más común entre las dos actividades se encuentra en la
            dificultad de hacer investigación si se tiene mucha docencia. El tiempo dedi-
            cado a la investigación no se puede dedicar a la enseñanza y viceversa. Por otro
            lado, los indicadores más claros de transferencia se encuentran en aquellas
            situaciones en las que la docencia se orienta hacia los intereses de la investiga-
            ción. En general, y aunque se trate de situaciones específicas, se encuentra una
            relación positiva entre los cursos especializados y la investigación.
                Estas dos afirmaciones reflejan que lo importante para los académicos
            parece ser la investigación, ya que comienzan pensando qué es bueno o malo
            para la investigación y luego qué pasa con la enseñanza. En este sentido pare-
            cería que la investigación es una prioridad para los académicos, lo que no
            explica el gran número de ellos que no hace investigación, ni la baja «pro-
            ductividad» existente en algunas áreas. En particular, en el ámbito de la edu-
            cación, sorprende la falta de estudios sistemáticos y profundos sobre los muchos
            y múltiples problemas y desafíos de la educación actual, incluida la univer-
            sitaria.
                Pero volviendo al tema de las relaciones positivas entre la enseñanza y la
            investigación, el estudio al que me vengo refiriendo señala los siguientes factores
            como favorecedores de transferencia.
            1. La actividad investigadora lleva a la mejora de la enseñanza (pero no vice-
               versa). Es más, los académicos no pueden ser buenos sin hacer investiga-
               ción, aunque un buen investigador puede ser un pésimo docente.
            2. Algunas de las infraestructuras conseguidas a través de proyectos de inves-
               tigación también se utilizan en actividades de enseñanza.
            3. Las actividades de investigación contribuyen a poner al día al currículum,
               afectando de forma positiva a los cursos especializados.
            4. Si los cursos se relacionan con el perfil investigador del profesorado, la rela-
               ción es favorable.
                De este modo, según los académicos entrevistados en este estudio, la trans-
            ferencia afecta de forma positiva la calidad de la enseñanza, la infraestructura
            y el currículum.
                Así mismo, las interferencias señaladas son:
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             1. Algunos aspectos implicados en las actividades docentes entorpecen la buena
                investigación, incluso cualquier clase de investigación. Dar clase a grupos
                diferentes, con un gran número de estudiantes, teniendo muchas horas de
                clase y un horario poco favorable, reduce la posibilidad de investigar.
             2. La puesta en práctica de nuevos programas aumenta el tiempo requerido para
                la enseñanza, disminuyendo el tiempo dedicado a la investigación.
             3. La investigación con instituciones externas requiere viajar, lo que afecta a
                la docencia.
             4. La investigación muy especializada afecta los cursos más generales y básicos
                de forma negativa.
                 La gran mayoría de los entrevistados cree que los académicos deberían ense-
             ñar e investigar de forma conjunta, pero sólo en determinadas condiciones.
             En realidad, al igual que en la mayoría de las universidades, valoran más la
             investigación que la enseñanza. Los académicos entrevistados piensan que
             la mayoría de los esfuerzos para mejorar la actividad y calidad de la investiga-
             ción serán beneficiosos para la calidad de la enseñanza. Por el contrario, pare-
             cen convencidos de que la mayoría de los esfuerzos para mejorar la enseñanza
             serán malos para la investigación.
                 Esta idea bastante extendida entre los miembros de la academia, incluso
             entre los del ámbito de la educación, denota una determinada mentalidad entre
             el profesorado universitario. Esta mentalidad se basa en la creencia de que la
             única clave de la mejora de la enseñanza la tienen los estudiantes. Que éstos
             deberían estar listos para callar y escuchar y responder a lo que se les pide en el
             momento y la forma en que se les pide. De este modo, no es el profesorado
             el que tiene que desarrollar y adquirir conocimientos y habilidades que con-
             tribuyan a mejorar el rendimiento del alumnado. Ha de ser éste el que ha de
             desplegar toda su inteligencia adaptativa para integrar la fragmentación, dar
             sentido al conocimiento descontextualizado y sobreponerse a la frustración de
             aprender lo que sabe que necesitará olvidar para seguir aprendiendo a lo largo
             de todo su vida.
                 Para Vidal y Quintanilla (1999) existen seis áreas en las que las decisiones
             pueden apoyarse en el análisis de la transferencia y la interferencia entre la
             enseñanza y la investigación.
             1. Las modificaciones del currículum y desarrollo de programas. Para estos
                autores, buenos grupos de investigación podrían proporcionar una mejor
                perspectiva de lo que se va a pedir a un determinado profesional. Por estar
                más en la «punta de lanza» del conocimiento pueden ayudar a desarrollar
                nuevos cursos o incluso en el desarrollo de nuevos programas.
             2. La formación del profesorado. En algunas áreas científicas, la actividad
                investigadora es esencial para la formación del profesorado. Buenos gru-
                pos de investigación pueden proporcionar nuevas tecnologías (infraes-
                tructura) y el conocimiento para la formación.
             3. Infraestructura común para la enseñanza y la investigación. Cuando grupos
                de investigación adquieren nueva infraestructura utilizando fondos de inves-
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               tigación, la nueva puede reemplazar a la antigua, que se puede utilizar en
               los laboratorios para alumnado.
            4. La gestión de los recursos humanos. Las instituciones tienen que elaborar
               los criterios para seleccionar su personal. Las decisiones sobre necesidades
               de investigación y enseñanza son muy importantes. Un equilibrio entre las
               dos puede contribuir a una mejora de ambas.
            5. Los horarios docentes. La investigación conlleva algunos requerimientos.
               Uno de ellos es la necesidad de viajar. Esto se puede facilitar concentrando
               la docencia en un semestre o en unos pocos días a la semana.
            6. La colaboración investigadora interna y externa. La relación personal es
               uno de los factores que explica el éxito de las colaboraciones investigadoras.
               Los investigadores pueden colaborar en el establecimiento de relaciones
               con otras instituciones o compañías para favorecer la movilidad de los estu-
               diantes y su transición al mundo del trabajo.

                Parece evidente que una gestión universitaria integrada y flexible se bene-
            ficiaría considerablemente, aumentando la calidad de su docencia e investiga-
            ción, si sus estructuras personales y organizativas tuviesen la capacidad de orien-
            tarse hacia esta situación ideal. Sin embargo, es bien sabido que en el contexto
            de las instituciones esta forma de actuación se ve frenada por los sistemas admi-
            nistrativos, las luchas por el poder y la defensa del status quo.

            Buenos investigadores ¿buenos docentes?
            En los apartados anteriores me he referido a la creencia generalizada de que la
            investigación y la enseñanza están íntimamente relacionadas y que los acadé-
            micos han de investigar para ser buenos profesores (Terenzini, 1999). En el
            caso español esta convicción está matizada por la idea de que la relación no es
            recíproca. Es decir, los esfuerzos para mejorar la calidad de la investigación se
            ven como beneficiosos para la calidad de la enseñanza, pero la mayoría de los
            esfuerzos para mejorar la enseñanza se ven como perniciosos para la investi-
            gación. Como otras tantas suposiciones en las que apoyamos nuestras accio-
            nes, ésta también se ha construido sin demasiadas pruebas.
                Como argumenta Terenzini (1999) los datos empíricos ponen en cuestión
            el argumento de que los académicos han de investigar para ser buenos profe-
            sores, ya que el conocimiento actualizado de su disciplina y su actividad inves-
            tigadora les posibilita traspasar su entusiasmo por aprender a los estudiantes. Sin
            embargo, la investigación indica que, en el mejor de los casos, la relación entre
            las valoraciones de la enseñanza en la licenciatura y la productividad científi-
            ca es pequeña y positiva, con una correlación de .10 a .16 (Feldman, 1987;
            Pascarella y Tnazini, 1991). En la más amplia revisión bibliográfica realizada
            sobre este tema, Feldman (1987) examinó más de 40 estudios-casos sobre la
            relación entre la productividad científica y la efectividad docente, tal como era
            percibida por los estudiantes. Este autor encontró que la correlación media
            era de +.12. Es decir, la productividad científica y la efectividad docente tie-
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             nen menos del 2% de variación en común. Esto significa que el 98% de la
             variabilidad se debe a algo diferente de la producción científica. Feldman
             (1987: 275) concluía que «en general, la probabilidad de que la productivi-
             dad científica realmente favorezca la docencia es extremadamente pequeña o que
             las dos, en términos prácticos, están totalmente separadas. Resulta evidente
             que esto tampoco significa que hacer investigación impida ser un buen profe-
             sor. Sin embargo, hoy por hoy, no existen pruebas concluyentes de que un
             buen investigador sea necesariamente un buen docente o viceversa».
                 Lo que parece evidente, como muestra el cuadro 1, que el trabajo de un
             buen docente y un buen investigador presenta un conjunto de similitudes y
             diferencias.

             Cuadro 1. Similitudes y diferencias entre los trabajos de docencia e investigación.
                   Similitudes                                             Diferencias
               Docente Investigador                          Docente                      Investigador
             • Estar al día de los avances         • La mayor parte de su            • Su actuación tiene
               de su campo de estudio.               actuación tiene un                carácter público. Ha
             • Identificar los temas y pro-          carácter casi privado:            de dar cuenta de su
               blemas más relevantes para            entre él o ella y el              trabajo a otros exper-
               el presente y el futuro.              alumnado.                         tos y a sus pares.
             • Reconocer las creencias y           • Sus planes se aceptan           • Sus planes son evalua-
               visiones del mundo que                sin más.                          dos y ha de competir
               subyacen a las diferentes           • Sus proyectos se                  por los recursos.
               aportaciones de indivi-               renuevan anualmente             • Cada proyecto implica
               duos y grupos.                        sin solución de conti-            un proceso de compe-
             • Analizar el rigor metodo-             nuidad.                           tición.
               lógico de los diferentes                                              • Cuanto más potente es
               estudios.                                                               el equipo y mayor la
             • Señalar los elementos de                                                responsabilidad en él,
               su área de estudio que                                                  mayor es la carga de
               favorecen apropiarse del                                                burocracia y gestión.
               conocimiento para guiar
               la acción.
             • Estudiar las habilidades y
               destrezas necesarias para
               profundizar en el área de
               estudio.
             • Planificar la acción
               (docente o investigador).
             • Ponerla en práctica.
             • Evaluar la acción.
             • Comunicar el proceso y
               los resultados.
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                Siendo estrictos con los listados, quizás no exhaustivos, de la tabla anterior
            implicaría que todo buen docente universitario estaría en condiciones de poder
            convertirse en un buen investigador y viceversa. Sin embargo, el hecho de que
            no suela ser el caso, tiene que ver con un conjunto de factores y circunstan-
            cias cuya identificación y análisis sobrepasa la finalidad de este trabajo. Aunque,
            como se muestra en los siguientes párrafos, la predisposición del docente/inves-
            tigador es fundamental.
                El pasado mes de abril se publicó una entrevista realizada por Mónica Salo-
            món al físico Carl Weiman6, cuyos colegas apuestan por él como futuro pre-
            mio Nobel de Física, de la cual he seleccionado el siguiente extracto:
                     Pregunta: Usted está en la Universidad de Stanford (EE UU). ¿Se dedica sólo
                     a investigar o también enseña?
                     Respuesta: Enseño y más de lo que me exigen. En mi carrera como investiga-
                     dor no puedo ir mucho más allá, y en cambio en la enseñanza queda muchí-
                     simo por hacer. En general en la universidad se transmite muy mal a los estu-
                     diantes, porque la física es interesante. Si se les enseñara física de cosas
                     interesantes en los primeros años… Yo lo primero que enseño es cómo fun-
                     ciona un microondas. Es mucho más atractivo, lo ven todos los días.
                     Pregunta: Pero usted investiga en un área muy poco intuitiva. ¿Cómo pasar
                     de la física de todos los días el condensado de Bose?7
                     Respuesta: He pensado mucho en eso. Pero es posible explicar lo que hago.
                     Por ejemplo, piense en un contenedor con gas. La temperatura de ese gas es
                     simplemente lo rápido que los átomos se están moviendo; si paras la temperatura
                     lo bastante los átomos se paran. Es lo más bajo que puedes bajar la temperatura.
                     Pues nosotros hemos estado muy, muy cerca, de parar los átomos.

                La visión poco generalizada de Weiman sirve de contrapunto a la más exten-
            dida, la que hemos venido señalando, sobre la dificultad de conectar la inves-
            tigación con la docencia, tal como viene a reflejar la siguiente situación.
                En otro orden de cosas, recientemente impartí un módulo en un curso de
            formación del profesorado universitario, en la Universidad de Valencia. Al
            curso asistían profesores y profesoras que se iniciaban en la docencia o lleva-
            ban en ella un máximo de tres años. El vicerrectorado correspondiente les
            «obligaba» a realizar este curso. Mi módulo consistió en compartir con ellos y
            ellas un proyecto de innovación docente que un grupo de profesores y profe-
            soras de la Universidad de Barcelona hemos desarrollado e integrado en nues-
            tras clases8. Tras discutir con ellos las visiones sobre el papel de profesor, los y

            6. El País, 11 de abril de 2001 (p. 25).
            7. Nuevo estado de la materia llamado Bose-Einstein porque Einstein predijo su existencia
               en 1925. Enfriando los átomos a casi el cero absoluto, 273 grados centígrados bajo cero,
               se logra domarlos: los átomos se frenan, dejan de moverse independientemente y se com-
               portan todos igual, formando una única onda.
            8. El proyecto se denomina UB-CAT: Universidad de Barcelona: Colaboración asistida por
               telemática. http://xiram.doe.d5.ub.es
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             las estudiantes, el conocimiento, la evaluación y comunidad en la que se fun-
             damenta el proyecto en general, y mi forma de entender la enseñanza y el
             aprendizaje, en particular, pasamos a visualizar el entorno informático reali-
             zado y utilizado con el alumnado. En un momento dado, comenté que, para
             nosotros el proyecto también era un proyecto de investigación y que se enri-
             quecía de los recursos humanos y materiales de otros proyectos que estábamos
             llevando o habíamos llevado a cabo.
                 En la última parte del curso, uno de los asistentes comentó que casi «nos
             envidiaba» porque podíamos establecer una línea tan clara y productiva de
             continuidad entre la investigación y la docencia. Para él, como para muchos
             de sus compañeros, la investigación y la docencia no sólo no eran dos com-
             partimentos estancos sino, a menudo, en competición. En general, se piensa en
             la docencia como la parte menos creativa, más reproductiva, que interfiere y
             dificulta la dedicación a la investigación. En su caso, pensaba que dedicándo-
             se como lo hacía a investigar la composición y el funcionamiento del cerebro,
             no le permitía transferir ningún conocimiento adquirido o elaborado a la
             docencia.
                 Sin embargo, la visión que nos presenta Carl Weiman sugiere algo bien
             diferente. Precisamente si alguien investiga, si está elaborando conocimiento
             sobre un tema o problema y es capaz de pensar que el conocimiento que se
             transmite, traspasa o se hace accesible a los y las estudiantes, no es diferente al
             que se desarrolla en la investigación, en principio, está en mejor situación para
             hacer vislumbrar al alumnado la complejidad del conocimiento, su provisio-
             nalidad, su potencial para explicar el mundo e intervenir en él, así como su
             capacidad para modelar opiniones y prácticas. Del mismo modo, también
             podrá hacerles percibir la importancia de la investigación, las dificultades que
             encierra, sus dimensiones políticas y éticas.
                 Sin embargo, para que todo esto sea posible resulta necesario que el pro-
             fesorado universitario se interrogue, como mínimo, acerca de sus:
             — creencias sobre lo que el alumnado debe aprender,
             — ideas sobre cómo los y las estudiantes aprenden,
             — concepciones sobre el conocimiento y su representación.
                El sentido de las respuestas que se dé cada docente, que nadie podrá dar
             por él o ella9, le dará la clave para entender hasta qué punto su investigación
             puede realimentar su docencia.




             9. Esto sólo sucede en los exámenes en el que el alumnado contesta lo que sabe que el profe-
                sorado quiere oír, independientemente de que «se lo crea», le parezca «relevante para enten-
                der el mundo en el que vive» o esté dispuesta o dispuesto a «olvidarlo en cuanto apruebe
                el examen».
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            ¿Tenemos en cuenta el conocimiento disponible sobre cómo aprende
            el alumnado?
            En la década de los años 80 aparecieron en Estados Unidos una serie de publi-
            caciones sobre la educación de los estudiantes universitarios. La mayoría fue-
            ron profundamente críticas. Unas en relación a los planes de estudio (Bennet,
            1984; National Endowment for the Humanities, 1989); otras criticaban la
            manera de impartir la enseñanza (Study Group on the Conditons of Exce-
            llence in American Higher Education, 1984) y otras se mostraban muy des-
            contentas tanto con el contenido como con el proceso de enseñanza (Boyer,
            1987).
                En la década de los 90 creció de forma considerable el interés por asegu-
            rar y favorecer la calidad de la enseñanza y el aprendizaje en las universidades.
            Muchas de ellas establecieron sistemas para asegurar la calidad. La calidad fue
            definida como el valor de lo que se paga; como ajuste a una finalidad preesta-
            blecida (de las varias que tiene la universidad, la enseñanza y la investigación
            las dos más importantes); como transformación, la enseñanza de calidad trans-
            forma la percepción de los estudiantes sobre el mundo y la forma en la que
            van a aplicar el conocimiento a los problemas reales, también transforma las
            concepciones del profesorado sobre su rol docente y la propia cultura de la
            institución (Biggs, 2001).
                Durante este tiempo también se han publicado un buen número de infor-
            mes y resultados de investigaciones sobre cómo aprenden los estudiantes. Sin
            embargo, como argumenta Terenzini (1999) a pesar del torrente de eviden-
            cias empíricas, sobre todo en los últimos cuarenta años, relativamente poco o
            nada ha cambiado, de forma particular en los métodos de enseñanza.
                Como resume Terenzini (1999) desde la ciencia cognitiva, la ciencia neu-
            ronal, la antropología, la sociología y la psicología, y otras fuentes, sabemos
            que el aprendizaje:
            — Requiere un desafío a las estructuras de conocimiento y creencias actua-
              les.
            — Tiene manifestaciones psicológicas y físicas ya que cada individuo tiene un
              patrón o estructura neuronal única.
            — Requiere estimulación del cerebro, que se relaciona con el nivel de impli-
              cación del individuo y la participación activa.
            — Requiere tiempo para la reflexión, consolidación e internalización si se
              quiere que tenga larga duración y sea profundo.
            — No está ligado a un tiempo y un espacio; ocurre de forma continua en un
              amplio espectro de lugares, a veces impredecibles.
            — Se maximiza cuando está situado, teniendo lugar en entornos en los que
              tanto las actividades como los resultados de aprendizaje tienen sentido para
              el que aprende.
            — Es relacional y social, dándose mejor en lo que Ewell (1997: 5) denomina
              «un contexto cultural que proporciona una interacción agradable y apoyo
              personal substancial».
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                De este modo, como hemos apuntado en un trabajo anterior (Sancho y
             Hernández, 1999) sabemos que los individuos aprendemos más cuando:
             — Nos implicamos en temas, problemas, actividades y tareas que tienen rela-
               ción con nuestros propios intereses y preocupaciones.
             — Trabajamos en contextos de colaboración.
             — Nos involucramos en procesos de investigación.
             — Reflexionamos o evaluamos nuestro propio proceso de aprendizaje.
             — Nos enfrentamos a situaciones de aprendizaje problemáticas.
             — Relacionamos lo que aprenden en los centros de enseñanza con las expe-
               riencias de la vida cotidiana.
             — Exploramos temas y áreas desconocidos para nosotros.
             — Encontramos relaciones entre temas, disciplinas y áreas de interés perso-
               nal y social.
             — Descubrimos que podemos entender y comunicar tanto cosas, aconteci-
               mientos y fenómenos como aspectos de ellos de forma mejor y más com-
               pleja posible.
                 De ahí la importancia de tener en cuenta las investigaciones sobre el apren-
             dizaje y sus implicaciones para diseñar y poner en práctica mejores entornos
             universitarios de enseñanza y aprendizaje.
                 Sin embargo, como argumenta Terenzini (1999), en muchas clases el apren-
             dizaje sigue considerándose como la recepción pasiva por parte del estudian-
             te de un volumen de información que existe «ahí afuera». El aprendizaje en
             la universidad está centrado en el profesor y dirigido por él; es un conjunto
             de información y técnicas o métodos transmitidos por alguien «que conoce»
             a alguien que «ha de aprender». Esto es independiente de que el modo de
             transmisión sea escrito, como en un libro, multimedia o digital, presencial o
             a distancia. Al que aprende se le asigna sólo un papel pasivo y receptor en el pro-
             ceso de aprendizaje. Desde el punto de vista del estudiante, aprender impli-
             ca la adquisición pasiva de conocimiento y habilidades, no su construcción
             activa.
                 Las prácticas de enseñanza actuales implican que el aprendizaje es aditivo,
             lineal y acumulativo; cada nueva transmisión se añade sobre lo ya aprendido
             antes. Terenzini propone considerar las metáforas que utilizamos cuando habla-
             mos sobre el aprendizaje de los estudiantes: hablamos de «cuerpos de conoci-
             miento», de curso como «fundamentos» o «bloques de construcción». En este
             contexto aprender significa adquirir los ladrillos necesarios, ordenarnos de
             forma prediseñada y preentendida, para producir un edificio prediseñado y
             preentendido: la persona formada o educada.
                 Lo que sabemos, y creemos, sobre cómo la gente aprende nos lleva por
             caminos muy diferentes cuando pensamos sobre la mejor manera de favore-
             cer el aprendizaje del alumnado. Para Barr y Tagg (1996) la educación superior,
             prácticamente en todo el mundo, está dominada por un paradigma que pone
             la enseñanza, no el aprendizaje, en el centro de la empresa de la educación
             superior. Si queremos promover el aprendizaje del alumnado, argumentan, sus
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            avances han de ser la piedra de toque de todo lo que hagamos. Éstos han de
            convertirse en la fuerza motriz de nuestras escuelas y universidades.
                Lo que sabemos sobre cómo aprenden los estudiantes implica diseñar entor-
            nos de aprendizaje bastante diferentes de los que construimos y mantenemos
            en la actualidad, a pesar de contar con indicios fehacientes de que no son los
            mejores lugares para aprender.
                Parece contradictorio y en cierto modo incomprensible que personas y
            instituciones con un destacado papel en la elaboración de conocimientos que
            enseñan a otros y que, en casos como los de la educación, intentan utilizar
            en la mejora de otros niveles de enseñanza, encuentren tanta dificultad para
            utilizarlos en su propio contexto. Sin embargo, por los estudios sobre la difi-
            cultad de impulsar el cambio en las instituciones (Sarason, 1990; Sancho,
            Hernández y otros, 1998; Tyack y Cuban, 1996; Stringfield y otros, 1996;
            Fullan, 1999; 2001; Bodilly, 1998 entre otros) sabemos que transformar las
            creencias, las prácticas y las relaciones supone una aproximación sistémica,
            un reaprender los roles institucionales, formas sistemáticas de calibrar el pro-
            greso y guiar la mejora, pero sobre todo, una oportunidad específica para la
            acción.
                En este proceso, la investigación realizada desde ámbitos como el de la edu-
            cación representa un papel fundamental. Sin embargo, su posición actual y su
            falta de prestigio sirven más de freno que de estímulo para impulsar situacio-
            nes de transferencia.

            ¿Tenemos las perspectivas contemporáneas sobre el conocimiento?
            Hasta el momento, la universidad y los profesionales que trabajan en ella siguen
            siendo los que realizan el volumen más importante de investigación. Además,
            como hemos señalado anteriormente, parece existir un consenso generalizado
            en cuanto a la influencia positiva que ejerce la investigación en la docencia.
            Por ello, resulta difícil explicar no sólo el hecho de que sea esta institución la
            que haya acometido menos innovaciones y cambios en la forma de impartir
            la enseñanza, sino también la permanencia, en los planes de estudios, de visio-
            nes fragmentadas y poco actualizadas del conocimiento.
                Los planes de estudios realizados en la mayoría de las universidades en la
            década de los noventa, son un buen ejemplo de esta situación. Autores como
            Trilla (1993:123), al referirse a la reforma de los estudios de Pedagogía, considera
            que se dio la oportunidad al sector universitario para lograr una aspiración lar-
            gamente sentida por algunos miembros de la comunidad. Sin embargo, en su
            opinión, esta oportunidad se desaprovechó en gran parte porque en el proce-
            so de reforma se hicieron «más explícitos los vicios de la comunidad universi-
            taria (gremialismo, endogamia…) que sus virtudes. Antes, siempre podíamos
            culpar de los desaciertos a otras instancias ajenas a la universidad (el «sistema»,
            los políticos, el ministerio…); ahora, con unos mecanismos formal y amplia-
            mente participativos y democráticos, a los universitarios no nos queda más
            remedio que asumir la responsabilidad que nos corresponde».
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                  Desde mi punto de vista, como argumenté en un trabajo anterior (San-
             cho, 1997), el mayor problema estriba en cómo lograr ofrecer una formación
             global, que posibilite a los y las estudiantes, como futuros profesionales, poner
             el conocimiento adquirido en acción para responder a situaciones complejas
             y dilemáticas, desde una estructura de estudios compartimentalizada. Desde
             una concepción del saber «aditiva, lineal y acumulativa».
                  A título de ejemplo, las directrices generales establecidas por el Consejo
             General de Universidades para la carrera de Pedagogía10, señalan que «habrá
             de proporcionar una formación teórica y práctica necesaria para el análisis, la
             organización y el desarrollo de sistemas y procesos educativos». Así mismo con-
             creta que «las funciones de todo profesional de la pedagogía incluyen, entre
             otras: la planificación, gestión, organización, y supervisión de instituciones y
             servicios de carácter educativo y social; la pedagogía social (animación y gestión
             cultural, educación especializada y educación de adultos; la formación en las
             organizaciones y en las empresas; la formación del profesorado; la asesoría y
             el diseño curricular de programas de formación de educación reglada y no-
             reglada; el diagnóstico, la evaluación y la supervisión en educación; el diseño,
             la realización y la explotación de recursos tecnológicos11 para la enseñanza; la inves-
             tigación en educación; etc.».
                  Independientemente de las finalidades y perfiles profesionales, en general,
             los planes de estudios se concretan en un conjunto de asignaturas obligatorias,
             optativas o de libre elección, que establecen pocas interrelaciones entre ellas y
             ofrecen al alumnado una visión desintegrada del conocimiento académico
             y profesional. Desde una perspectiva meramente cuantitativa, el alumnado
             cursa un promedio de cinco asignaturas por semestre, es decir, unas cuarenta
             al final de los cuatro años. Como es bien sabido, la coordinación del profeso-
             rado universitario, a la hora de planificar y poner en práctica la docencia, o no
             se da o se realiza por asignaturas cuando hay que impartirlas a varios grupos.
             En algunas ocasiones, no demasiadas, el alumnado, a sugerencia del profesorado
             o por iniciativa propia, realiza trabajos o actividades en relación con dos o tres
             asignaturas. En el resto, la mayoría de las actividades, trabajos y pruebas se
             sitúan en la asignatura en sí, dificultando al alumnado, y al propio profesora-
             do, superar el sentido de acumulación de saberes en torno a un tema y llegar
             a establecer la necesidad de crear nuevos objetos de saber a partir de los referentes
             que sea necesario incorporar (Barthes, 1974). Del mismo modo, también se
             dificulta la función articuladora de establecer relaciones no con pretensiones
             totalizadoras, sino comprensivas, que generen nuevas visiones creadoras. En
             definitiva, no se propicia el desarrollo de conocimiento relacional como acti-
             tud comprensiva de las complejidades del mismo, lo que significaría «poner
             el saber en ciclo». No se fomenta el «aprender a articular los puntos de vista

             10. No estaría de más revisar las directrices de las distintas carreras para tratar de establecer la
                 coherencia entre lo que se dice que habría que conseguirse y las oportunidades reales que se
                 le da al alumnado para conseguirlo.
             11. La cursiva es mía.
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            disjuntos del saber en un ciclo activo» (Morin, 1977: 32), actividades y actitudes
            básicas para lograr una superación de la compartimentación del saber, debida
            a la acumulación cuantitativa del mismo, que va ligada cronológicamente a lo
            que en la historia se ha situado en los inicios de la edad contemporánea.
                A esta argumentación cabe añadir, como apunta de Weert (1999), la poca
            claridad existente sobre qué se entiende por conocimiento, aunque su impor-
            tancia se resalta en todas partes. Mientras los estudios de la sociología de la
            ciencia, desde la tradición de Merton, trataban al conocimiento como una caja
            negra con muy poca atención al contenido cognitivo de la ciencia, en enfo-
            que dominante en la actualidad se centra en la explicación del contenido de
            la ciencia. Los que trabajan desde esta perspectiva, denominada «constructi-
            vismo social», adoptan una posición relativista y niegan la importancia de la
            naturaleza como algo externo objetivo, lo que influye en el contenido del cono-
            cimiento científico. En este caso, la conducta social del científico se convierte
            en la parte más importante del contenido de la ciencia y determina cómo se
            definen las leyes de la naturaleza.
                Una línea similar se encuentra entre los pensadores posmodernos como
            Lyotard y Rorty, que no siguen considerando el conocimiento como una narra-
            tiva trascendente sino que ponen el énfasis en el carácter contingente, frag-
            mentario y relativo del conocimiento. El mensaje central de Rorty es que
            hemos de renunciar a establecer la división entre «datos objetivos» e «inter-
            pretación subjetiva». Los datos y los hechos no son espejos de la naturaleza
            independientes de sus sujetos. Para Rorty, el desarrollo del conocimiento es
            un asunto social entre personas y el principal peligro del conocimiento pro-
            viene de las tendencias a bloquear el flujo de conversación por insistir en uti-
            lizar «vocabulario canónico para discutir sobre un determinado tema» (Rorty,
            1979: 386).
                En cualquier caso, es importante señalar el paralelismo entre estas dos con-
            cepciones y el debate sobre la reforma de la enseñanza universitaria de masas.
            Los valores constructivistas representan un papel importante en el debate cen-
            trado en el «aprender a aprender» y el avance del aprendizaje independiente
            en el contexto del aprendizaje a lo largo de la vida. El constructivismo comien-
            za con la visión de que el conocimiento ha de construirse en la estructura cog-
            nitiva de cada individuo, por lo que es fundamentalmente personal, a la vez
            que depende de las experiencias en los entornos de aprendizaje y de las inte-
            racciones sociales. Por el contrario, la visión «objetivista» concibe el aprendizaje
            como una entidad externa con un valor absoluto que puede ser transmitido
            del docente al estudiante (Bostock, 1998). Es este caso el conocimiento se
            objetiva en un canon o catálogo de hechos, en el que los estudiantes son como
            «vasos» que pueden llenarse de conocimiento. Mientras en la aproximación
            contextual los estudiantes son animados a estar activamente implicados en el
            proceso de aprendizaje a través del trabajo en grupo, medios informáticos,
            cursos flexibles, y aprendizaje orientado a la resolución de problemas y al tra-
            bajo. Estas formas intentan la adquisición de habilidades de aprendizaje que
            permitan al alumnado amasar conocimiento de forma independiente, una acti-
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             tud de aprendizaje que va ganando importancia en el contexto del aprendiza-
             je a lo largo de la vida.
                 Sin embargo, como señala Laurillard (1993), la idea del conocimiento aca-
             démico como una perspectiva platónica abstracta, como una forma platónica
             abstracta, se mantiene vigente en la universidad. Además, ha recibido un nuevo
             impulso con el desarrollo de los modelos cognitivos de procesamiento de la
             información, que utilizan la metáfora de estructura del conocimiento, o estruc-
             turas conceptuales, para describir entidades mentales que pueden transfor-
             marse mediante instrucciones, o incluso representarse en programas de orde-
             nador.
                 Y esto es así porque, como argumenta Morin (2000), los desarrollos dis-
             ciplinarios de las ciencias no han aportado sólo las ventajas de la división del tra-
             bajo sino también los inconvenientes de la superespecialización, el encasilla-
             miento y el fraccionamiento del saber. De este modo, no sólo han producido
             el conocimiento y el saber, sino también la ignorancia y la ceguera.
                 Para este autor, nuestro sistema de enseñanza, en lugar de poner correcti-
             vos a estos desarrollos, no sólo los acata sino que profundiza sus contradiccio-
             nes. Nos enseñan desde la escuela elemental a aislar los objetos (de su entorno),
             a separar las disciplinas (antes que a reconocer sus interconexiones), a desunir
             los problemas, más que a unir e integrar. Nos ordenan reducir lo complejo a lo
             simple, es decir, a separar lo que está unido, a descomponer y no a recompo-
             ner, a eliminar todo aquello que aporta desórdenes o contradicciones a nues-
             tro entendimiento.
                 En estas condiciones, continúa Morin, los espíritus jóvenes pierden sus
             aptitudes naturales para contextualizar los saberes e integrarlos dentro de sus con-
             juntos. Sin embargo, el conocimiento pertinente es aquel que es capaz de situar
             toda información en su contexto, y si es posible, dentro del conjunto donde
             la misma se inscribe. Se puede decir incluso que el conocimiento progresa prin-
             cipalmente, no por sofisticación, formalización o abstracción, sino por la capa-
             cidad de contextualizar y globalizar.
                 Estas visiones sobre el conocimiento y el aprendizaje, poco extendidas en la
             cultura universitaria y la práctica docente, que se vislumbran como una forma
             privilegiada para establecer puentes entre la docencia y la investigación, llevan
             a Morin a plantear un desafío fundamental para la reforma universitaria que
             tiene que ver con nuestra aptitud para organizar el conocimiento, es decir, para
             pensar. Aunque, «aquí se llega a un callejón sin salida: no se puede reformar
             la institución sin haber reformado previamente los espíritus, pero no se pueden
             reformar los espíritus sin haber reformado previamente las instituciones (Morin,
             2000: 129).

             A modo de conclusión
             Afrontar las relaciones, interconexiones o interferencias entre la docencia uni-
             versitaria y la investigación se ha revelado, a lo largo de este artículo, como
             un excelente punto de partida para repensar las culturas académicas. Cada
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            paso en el camino seguido nos sitúa ante fenómenos, problemas, paradojas,
            «callejones sin aparente salida», que se configuran como otros tantos proyec-
            tos o ámbitos de investigación, así como desafíos para la calidad de la ense-
            ñanza.
                Desde mi punto de vista, si fuese posible señalar el aspecto más crítico de
            las múltiples encrucijadas en las que se encuentra la universidad respecto a los
            temas clave de investigación, docencia y gestión, señalaría su necesidad de con-
            vertirse en una institución capaz de aprender (Senge, 1990). Porque no deja
            de ser paradójico que una de las entidades que produce el mayor volumen de
            conocimientos haya sido tachada repetidamente de «burocratizada», «esclero-
            tizada» y con dificultad para responder con presteza a los desafíos que se le van
            presentando.
                No existen fórmulas mágicas que propicien el cambio de estructuras y men-
            talidades ampliamente instituidas. Sólo existen momentos, predisposiciones y
            oportunidades:
            — Momentos para iniciar pequeñas transformaciones que posibiliten la crea-
              ción de condiciones de trabajo más propicias para la reflexión sobre las
              implicaciones del conocimiento en acción.
            — Predisposición para establecer diálogos transdisciplinares entre los distintos
              estamentos universitarios. Teniendo en cuenta que esta noción presenta,
              al menos, cuatro características. La primera se refiere a un marco global de
              trabajo que guía los esfuerzos de resolución de problemas. Este marco se
              genera y sostiene en el contexto de la aplicación y no se produce una sepa-
              ración entre el desarrollo y su aplicación. La segunda tiene que ver con el
              hecho de que la solución al problema planteado comprende a la vez com-
              ponentes empíricos y teóricos, lo cual es inseparable de su contribución al
              conocimiento, que no ha de ser necesariamente un conocimiento discipli-
              nar. La tercera tiene relación con la comunicación de los resultados que, a
              diferencia de lo que sucede en el modelo tradicional, se busca que la difu-
              sión se vincule al proceso de su producción y que tenga en cuenta a los
              diferentes agentes participantes en la misma. La cuarta tiene que ver con
              su carácter dinámico. El problema que se tiende a resolver es móvil, dúctil,
              incluso inestable. Por eso, una solución puede servir como punto de partida,
              como referencia cognitiva, desde la cual se pueden realizar nuevos avan-
              ces, donde ese conocimiento puede utilizarse en las siguientes fases de la
              búsqueda (Gibbons y otros, 1994).
            — Finalmente, han de existir oportunidades para poder poner en práctica, sin
              un excesivo gasto de energía personal y profesional, las nuevas formas de
              docencia, investigación y gestión que implicarían utilizar para la acción el
              conocimiento disponible.
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             Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos   Educar 28, 2001   59


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Educar 28 001-215   15/11/2001     10:22    Página 60




            60   Educar 28, 2001                                                     Juana Mª Sancho


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Docencia e investigación

  • 1. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 41 Educar 28, 2001 41-60 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Juana Mª Sancho Gil Universitat de Barcelona. Departament de Didàctica i Organització Educativa Campus Vall d’Hebron. Avda. de la Vall d’Hebron, 171. 08035 Barcelona jmsancho@ariadna.d5.ub.es Resumen La finalidad de este artículo es explorar las conexiones entre las dos actividades primor- diales del trabajo en la universidad: la docencia y la investigación. Acometer este empeño podría hacerse siguiendo distintos recorridos. Por razones de oportunidad e interés he opta- do por centrar su contenido en la exploración de dos temas amplios y complementarios. El primero se refiere al sentido de las interdependencias entre la docencia y la investigación, sus posibles coincidencias y discrepancias y su incidencia en la mejora de ambas. El segun- do, en estrecha relación con el anterior, tiene que ver con hasta qué punto la institución universitaria y quienes trabajamos en ella utilizamos los resultados de la investigación sobre cómo aprenden los individuos y la naturaleza del conocimiento con el fin de organizar situaciones de enseñanza y aprendizaje que signifiquen una mejora de la docencia. Palabras clave: docencia universitaria, investigación, docencia versus investigación. Resum La finalitat d’aquest article és explorar les connexions entre les dues activitats primordials del treball a la universitat: la docència i la investigació. La realització d’aquestes pot conduir- nos per dos camins diferents. Per raons d’oportunitat i interès he optat pe centrar el seu contingut en l’exploració de dos temàtiques amplies i complementàries. La primera es refe- reix al sentit de les interdependències entre la docència i la investigació, les seves possibles coincidències i discrepàncies i la seva incidència en la millora d’ambdues. La segona, en estreta relació amb l’anterior, té a veure amb fins a quin punt la institució universitària i els qui treballem en ella utilitzem els resultats de la investigació sobre com aprenen els indi- vidus i la naturalesa del coneixement amb la finalitat d’organitzar situacions d’ensenya- ment i aprenentatge que signifiquin una millora docent. Paraules clau: docència universitària, investigació, docència versus investigació. Abstract The main aim of this article is to explore the relationships between the two primary activ- ities in higher education institutions: teaching and research. This task could be done from different perspectives. Due to opportunity and interest reasons I have focused the content of this article in two broad and complementary issues. The first one deals with the mean- ing of interdependencies between research and teaching, its coincidences and divergences, and its influence in the improvement of both activities. The second one, explores to what extend higher education institutions and those who work in them use research results about
  • 2. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 42 42 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho how people learn and the nature of knowledge to organise teaching and learning environ- ments to enhance the improvement of teaching. Key words: university teaching, research, teaching vs. research. Sumario Un trabajo de límites difusos ¿Tenemos las perspectivas Relaciones asimétricas contemporáneas sobre el conocimiento? Buenos investigadores ¿buenos docentes? A modo de conclusión ¿Tenemos en cuenta el conocimiento Bibliografía disponible sobre cómo aprende el alumnado? Un trabajo de límites difusos No sé si existe alguna otra profesión en la que las funciones y las expectativas sean a la vez tan claras y tan difusas como el caso del profesorado de universi- dad. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que las universidades deben ser consideradas tanto instituciones de enseñanza como de investigación. Por el tipo de actividades que en ellas se llevan a cabo forman parte tanto del sistema edu- cativo como del de la ciencia, la tecnología y la industria (Mansfield y Lee, 1996)1. Para Vidal y Quintanilla (2000), en todos los países, pero sobre todo en los que como en España los departamentos de investigación en las empresas no cuentan con tradición ni amplia implantación, la investigación que se realiza en la universidad es de importancia vital para todo el sistema de la ciencia, la tecnología y la industria, independientemente del tipo de enseñanza que lleven a cabo. Sin embargo, en las universidades la investigación la ejecutan las mis- mas personas y al mismo tiempo que desempeñan las tareas de enseñanza. En la Universidad en la que desempeño mi trabajo he oído decir, aunque nunca lo he visto escrito, que se supone que un profesor titular o catedrático (sin especificar si de universidad o de escuela universitaria) tendría que emplear un tercio de su tiempo en la docencia, un tercio en la investigación y un tercio en la gestión. Por otro lado, en los proyectos de investigación del plan nacio- nal, un profesor o profesora titular puede dedicar a un solo proyecto hasta 32 horas a la semana (16 si lo hace a dos). Mientras los asociados sólo pueden dedicar 16 y los becarios de personal investigador, 402. Lo que nunca he sabi- do es a qué jornada laboral se referían, porque si pensamos en términos de cuarenta horas (no treinta y siete y media o treinta y cinco como se apunta desde hace algún tiempo), el esquema no cuadra. Ocho horas de clase pre- 1. En España este carácter dual, que enriquece a la institución al tiempo que le produce un buen número de problemas, se ha hecho mucho más evidente en la última remodelación ministerial con la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Situación que configu- ra una dependencia bicéfala de la Administración. 2. Lo que no significa que no se puedan tener otros proyectos con otras fuentes de financiación.
  • 3. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 43 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 43 sencial a la semana, realizadas con profesionalidad y un mínimo de inercia y rutina, conllevan un buen volumen de estudio, preparación, atención al alum- nado y corrección de trabajos. Realizar investigación implica dedicar una impor- tante porción de tiempo a la planificación, la recogida de datos, la escritura y la divulgación. Además, lograr financiación para los proyectos significa un tra- bajo, en algunos casos, ímprobo. Finalmente realizar con eficacia tareas de ges- tión, desde las que nos tocan a todos (reuniones de departamento, coordina- ción de asignaturas, etc.), hasta la participación en comisiones diversas y tribunales varios implica una buena dosis de tiempo, energía y, a menudo, voluntad. En definitiva, una primera aproximación al trabajo profesional académi- co, de contornos difusos y contenido poco definido, parece acercarnos a un ámbito laboral de múltiples y variadas tareas y horario indefinido. Sin embar- go, al acercarnos a la realidad, el trabajo y las tareas no parecen estar ni clara- mente estipuladas para todos, ni repartidas entre todos por igual. Una carrera universitaria suele comenzar con un contrato para impartir docencia: asociado de X créditos hasta un máximo de dieciocho, si es a tiem- po parcial, o 24 a tiempo completo, que son los menos. Sólo quienes firman este contrato tras haber realizado el doctorado o disfrutado de una beca de for- mación de personal investigador (o de colaboración a la docencia y la investi- gación, como en el caso de la Universidad de Barcelona), tienen experiencia como investigadores. En el segundo caso, pueden tener más preparación para la realización y gestión de proyectos de investigación. Sin embargo, lo men- guado del salario, que suelen tener que completar con otros trabajos, incluso el de tiempo completo, les dificulta su participación en investigaciones. Si pasado el tiempo se convierten en profesores titulares o catedráticos, su nueva posición parece que conlleva añadir a sus tareas de docencia las de inves- tigación y gestión. Y digo parece de forma intencionada porque ni existen sis- temas de seguimiento y control, ni políticas articuladas y eficaces de fomento a la investigación. Algunos países y universidades han comenzado a poner en práctica evaluaciones institucionales de los logros de la investigación, pasan- do ésta de ser una responsabilidad individual a un interés colectivo de la orga- nización y los departamentos (Henkel, 1999)3. En estos casos, de los resulta- dos de esta evaluación dependen la adjudicación de fondos y, por tanto, la distribución de la carga docente entre el profesorado. Sin embargo, ésta no es una práctica común ni generalizada. Por lo cual, la «igualdad» de trato en la distribución de los créditos de docencia entre todo el profesorado de un depar- tamento, independientemente de su actividad investigadora, sitúa a los que también realizan investigación en una clara situación de desequilibrio. Para este colectivo, además del prestigio que les puede proporcionar su tarea, su compensación institucional suele consistir en presentarse cada seis años a una 3. Cabría destacar, que en la actual discusión sobre la reforma de la gestión de las universida- des españolas, este tema, de indudable interés, no está siendo considerado de manera explí- cita.
  • 4. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 44 44 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho evaluación de su actividad investigadora que le reportará un complemento simbólico a su sueldo4. En esta situación derivada de una determinada cultura académica, a fina- les de la década de los ochenta el 47% de los investigadores del país eran pro- fesores y profesoras universitarias, mientras el 21% trabajaba en el CSIC y el 32% en las empresas públicas y privadas. Sin embargo, según los datos esta- dísticos utilizados por Pascual (1991), de los 36.018 docentes universitarios, de los cuales 18.816 eran titulares o catedráticos, sólo aparecían 9.153 investiga- dores con una dedicación teórica de 40 horas a la semana. Esto significa que sólo el 41% del profesorado universitario estaba involucrado en proyectos finan- ciados de investigación del plan nacional. En este artículo no me referiré a la situación de la investigación en gene- ral5 y a la del ámbito de la educación, en particular, porque ya lo he hecho en trabajos anteriores (Bartolomé y Sancho, 1996; Sancho y Hernández, 1997 y Sancho, 2001) y no es el objetivo directo de esta aportación. Sin embargo, al adentrarnos en la problemática general de la relación entre investigación y docencia, convendrá no olvidar la temática de fondo de las condiciones de tra- bajo en las que se realiza la investigación. Sobre todo porque, como señala Terenzini (1999), se suele asumir que la investigación y la enseñanza están ínti- mamente relacionadas, que los académicos han de investigar para ser buenos pro- fesores. Así mismo se argumenta que son los investigadores los que suelen estar en la «punta de lanza» de sus disciplinas y traspasan a los estudiantes su entu- siasmo por aprender. Sin embargo, como se discute en este artículo, esta situa- ción no siempre resulta evidente. Relaciones asimétricas Los análisis llevados a cabo sobre los vínculos entre la enseñanza y la investi- gación han sido muchos y variados. Braxton (1996) propone tres posibles pers- pectivas para esta conexión: — la nula, cuando no existe relación; — la de conflicto, cuando la relación es negativa; — la complementaria, cuando existe similaridad entre la enseñanza y la inves- tigación. Sin embargo, Vidal y Quintanilla (1999) proponen enfocar el problema como un sistema dinámico en el que es posible encontrar diferentes bucles entre enseñanza e investigación. En algunas circunstancias, para estos autores, 4. Es importante advertir que en muchos ámbitos universitarios la realización de tareas de ase- soría, formación, transferencia de tecnología o conocimiento o de trabajos varios como exposiciones, traducciones, escritura de artículos, libros, etc., se revela mucho más lucrati- vo y socialmente reconocido que la investigación. Sobre todo en las ciencias sociales y huma- nas. 5. Ver Alemany (1999) para una visión sobre el tema.
  • 5. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 45 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 45 la relación será positiva y se posibilitará la transferencia, mientras en otras será negativa y se creará interferencia. Clark (1997) realizó un análisis de cómo poder integrar la investigación y la docencia y argumentó que la investigación tiene, por supuesto, un lugar en el ámbito de la enseñanza y que este concepto no es nuevo ni en la teoría ni en la práctica. Sin embargo, para este autor, esta fuerte conexión se encontra- ría sobre todo en los programas de postgrado. En este marco no hay espacio para una tesis de incompatibilidad. Este análisis no pierde de vista los progra- mas de licenciatura en los que la actividad docente suele tener lugar con gru- pos numerosos, en los que abundan las clases expositivas centradas en el pro- fesor. En este contexto, si se realiza investigación suele verse como una actividad separada de la docencia. En este ámbito encuentra Clark un cierto nivel de incompatibilidad y sugiere que se le preste una especial atención. Esta sugerencia es particularmente relevante para la universidad española en la que, como señalan Vidal y Quintanilla (1999) casi todo el profesorado uni- versitario imparte clase a estudiantes de licenciatura y, en la mayoría de las facultades, este tipo de enseñanza ocupa prácticamente todo el tiempo dedi- cado a la docencia. Es evidente que existen programas de doctorado, pero la posible interferencia entre enseñanza e investigación es clara para todo el sistema universitario español por la enorme importancia de los estudios de licenciatu- ra. Por ello, como apuntan estos autores, la interferencia es posible y por tanto es importante determinar hasta qué punto puede alcanzar el grado de incom- patibilidad. Vidal y Quintanilla (1999) se refieren a la encuesta publicada por el Ins- tituto Nacional de Estadística en 1991, según la cual los académicos dedican el 46% del tiempo a la enseñanza, el 41% a la investigación y el 13% a tareas administrativas y de otro tipo. Parece ser que esta encuesta no exploró el tiem- po dedicado a las dos actividades en conjunto. Del mismo modo, no queda claro a qué dedica el tiempo el profesorado que no lleva a cabo investigación. Sin embargo, el problema, para Vidal y Quintanilla, es que las relaciones entre la investigación y la enseñanza no son sólo un tema institucional. La cuestión clave se sitúa en el tiempo que dedican los académicos a la enseñanza y a la investigación para poder lograr un cierto equilibrio institucional. Según estos autores, otros dos temas a tener en cuenta son la estructura del personal académico que, en la universidad española, está diseñado para res- ponder a las necesidades de la enseñanza, y que los logros en investigación se valoran más que las calificaciones pedagógicas en la promoción y selección de académicos, algo que también sucede en otros sistemas universitarios. Estos dos temas contribuyen a crear una situación un tanto paradójica y desigual en el complejo entramado de la universidad española. Los académicos que investigan, ya hemos evidenciado que un buen porcentaje no lo hace, pasan casi la mitad del tiempo dedicados a tareas de investigación y la otra mitad a las de docencia. Pero son escogidos de acuerdo con las necesidades de enseñanza mientras que la selección (titularidad o cátedra), en unas áreas de conocimiento más que en otras, se realiza teniendo en cuenta los logros en
  • 6. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 46 46 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho la investigación. Para Vidal y Quintanilla, esta situación poco clara sugiere que el equilibrio deseable entre investigación y enseñanza en el nivel individual sea difícil de conseguir. En el estudio realizado por Vidal y Quintanilla (1999) la opinión gene- ralizada entre los académicos españoles es que la relación entre la investiga- ción y la enseñanza es inevitable. Casi nadie está de acuerdo con la idea de que trabajar en la universidad implique sólo enseñar. Es más, en algunos casos específicos, el profesorado preferiría sólo investigar, o dedicarse a su actividad creativa (pintura, escultura, literatura, etc.). Sin embargo, para estos auto- res, esta relación inevitable puede ser positiva o negativa, y eso es lo que intentaron determinar estos autores en su estudio, al que me refiero a con- tinuación. La interferencia más común entre las dos actividades se encuentra en la dificultad de hacer investigación si se tiene mucha docencia. El tiempo dedi- cado a la investigación no se puede dedicar a la enseñanza y viceversa. Por otro lado, los indicadores más claros de transferencia se encuentran en aquellas situaciones en las que la docencia se orienta hacia los intereses de la investiga- ción. En general, y aunque se trate de situaciones específicas, se encuentra una relación positiva entre los cursos especializados y la investigación. Estas dos afirmaciones reflejan que lo importante para los académicos parece ser la investigación, ya que comienzan pensando qué es bueno o malo para la investigación y luego qué pasa con la enseñanza. En este sentido pare- cería que la investigación es una prioridad para los académicos, lo que no explica el gran número de ellos que no hace investigación, ni la baja «pro- ductividad» existente en algunas áreas. En particular, en el ámbito de la edu- cación, sorprende la falta de estudios sistemáticos y profundos sobre los muchos y múltiples problemas y desafíos de la educación actual, incluida la univer- sitaria. Pero volviendo al tema de las relaciones positivas entre la enseñanza y la investigación, el estudio al que me vengo refiriendo señala los siguientes factores como favorecedores de transferencia. 1. La actividad investigadora lleva a la mejora de la enseñanza (pero no vice- versa). Es más, los académicos no pueden ser buenos sin hacer investiga- ción, aunque un buen investigador puede ser un pésimo docente. 2. Algunas de las infraestructuras conseguidas a través de proyectos de inves- tigación también se utilizan en actividades de enseñanza. 3. Las actividades de investigación contribuyen a poner al día al currículum, afectando de forma positiva a los cursos especializados. 4. Si los cursos se relacionan con el perfil investigador del profesorado, la rela- ción es favorable. De este modo, según los académicos entrevistados en este estudio, la trans- ferencia afecta de forma positiva la calidad de la enseñanza, la infraestructura y el currículum. Así mismo, las interferencias señaladas son:
  • 7. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 47 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 47 1. Algunos aspectos implicados en las actividades docentes entorpecen la buena investigación, incluso cualquier clase de investigación. Dar clase a grupos diferentes, con un gran número de estudiantes, teniendo muchas horas de clase y un horario poco favorable, reduce la posibilidad de investigar. 2. La puesta en práctica de nuevos programas aumenta el tiempo requerido para la enseñanza, disminuyendo el tiempo dedicado a la investigación. 3. La investigación con instituciones externas requiere viajar, lo que afecta a la docencia. 4. La investigación muy especializada afecta los cursos más generales y básicos de forma negativa. La gran mayoría de los entrevistados cree que los académicos deberían ense- ñar e investigar de forma conjunta, pero sólo en determinadas condiciones. En realidad, al igual que en la mayoría de las universidades, valoran más la investigación que la enseñanza. Los académicos entrevistados piensan que la mayoría de los esfuerzos para mejorar la actividad y calidad de la investiga- ción serán beneficiosos para la calidad de la enseñanza. Por el contrario, pare- cen convencidos de que la mayoría de los esfuerzos para mejorar la enseñanza serán malos para la investigación. Esta idea bastante extendida entre los miembros de la academia, incluso entre los del ámbito de la educación, denota una determinada mentalidad entre el profesorado universitario. Esta mentalidad se basa en la creencia de que la única clave de la mejora de la enseñanza la tienen los estudiantes. Que éstos deberían estar listos para callar y escuchar y responder a lo que se les pide en el momento y la forma en que se les pide. De este modo, no es el profesorado el que tiene que desarrollar y adquirir conocimientos y habilidades que con- tribuyan a mejorar el rendimiento del alumnado. Ha de ser éste el que ha de desplegar toda su inteligencia adaptativa para integrar la fragmentación, dar sentido al conocimiento descontextualizado y sobreponerse a la frustración de aprender lo que sabe que necesitará olvidar para seguir aprendiendo a lo largo de todo su vida. Para Vidal y Quintanilla (1999) existen seis áreas en las que las decisiones pueden apoyarse en el análisis de la transferencia y la interferencia entre la enseñanza y la investigación. 1. Las modificaciones del currículum y desarrollo de programas. Para estos autores, buenos grupos de investigación podrían proporcionar una mejor perspectiva de lo que se va a pedir a un determinado profesional. Por estar más en la «punta de lanza» del conocimiento pueden ayudar a desarrollar nuevos cursos o incluso en el desarrollo de nuevos programas. 2. La formación del profesorado. En algunas áreas científicas, la actividad investigadora es esencial para la formación del profesorado. Buenos gru- pos de investigación pueden proporcionar nuevas tecnologías (infraes- tructura) y el conocimiento para la formación. 3. Infraestructura común para la enseñanza y la investigación. Cuando grupos de investigación adquieren nueva infraestructura utilizando fondos de inves-
  • 8. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 48 48 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho tigación, la nueva puede reemplazar a la antigua, que se puede utilizar en los laboratorios para alumnado. 4. La gestión de los recursos humanos. Las instituciones tienen que elaborar los criterios para seleccionar su personal. Las decisiones sobre necesidades de investigación y enseñanza son muy importantes. Un equilibrio entre las dos puede contribuir a una mejora de ambas. 5. Los horarios docentes. La investigación conlleva algunos requerimientos. Uno de ellos es la necesidad de viajar. Esto se puede facilitar concentrando la docencia en un semestre o en unos pocos días a la semana. 6. La colaboración investigadora interna y externa. La relación personal es uno de los factores que explica el éxito de las colaboraciones investigadoras. Los investigadores pueden colaborar en el establecimiento de relaciones con otras instituciones o compañías para favorecer la movilidad de los estu- diantes y su transición al mundo del trabajo. Parece evidente que una gestión universitaria integrada y flexible se bene- ficiaría considerablemente, aumentando la calidad de su docencia e investiga- ción, si sus estructuras personales y organizativas tuviesen la capacidad de orien- tarse hacia esta situación ideal. Sin embargo, es bien sabido que en el contexto de las instituciones esta forma de actuación se ve frenada por los sistemas admi- nistrativos, las luchas por el poder y la defensa del status quo. Buenos investigadores ¿buenos docentes? En los apartados anteriores me he referido a la creencia generalizada de que la investigación y la enseñanza están íntimamente relacionadas y que los acadé- micos han de investigar para ser buenos profesores (Terenzini, 1999). En el caso español esta convicción está matizada por la idea de que la relación no es recíproca. Es decir, los esfuerzos para mejorar la calidad de la investigación se ven como beneficiosos para la calidad de la enseñanza, pero la mayoría de los esfuerzos para mejorar la enseñanza se ven como perniciosos para la investi- gación. Como otras tantas suposiciones en las que apoyamos nuestras accio- nes, ésta también se ha construido sin demasiadas pruebas. Como argumenta Terenzini (1999) los datos empíricos ponen en cuestión el argumento de que los académicos han de investigar para ser buenos profe- sores, ya que el conocimiento actualizado de su disciplina y su actividad inves- tigadora les posibilita traspasar su entusiasmo por aprender a los estudiantes. Sin embargo, la investigación indica que, en el mejor de los casos, la relación entre las valoraciones de la enseñanza en la licenciatura y la productividad científi- ca es pequeña y positiva, con una correlación de .10 a .16 (Feldman, 1987; Pascarella y Tnazini, 1991). En la más amplia revisión bibliográfica realizada sobre este tema, Feldman (1987) examinó más de 40 estudios-casos sobre la relación entre la productividad científica y la efectividad docente, tal como era percibida por los estudiantes. Este autor encontró que la correlación media era de +.12. Es decir, la productividad científica y la efectividad docente tie-
  • 9. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 49 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 49 nen menos del 2% de variación en común. Esto significa que el 98% de la variabilidad se debe a algo diferente de la producción científica. Feldman (1987: 275) concluía que «en general, la probabilidad de que la productivi- dad científica realmente favorezca la docencia es extremadamente pequeña o que las dos, en términos prácticos, están totalmente separadas. Resulta evidente que esto tampoco significa que hacer investigación impida ser un buen profe- sor. Sin embargo, hoy por hoy, no existen pruebas concluyentes de que un buen investigador sea necesariamente un buen docente o viceversa». Lo que parece evidente, como muestra el cuadro 1, que el trabajo de un buen docente y un buen investigador presenta un conjunto de similitudes y diferencias. Cuadro 1. Similitudes y diferencias entre los trabajos de docencia e investigación. Similitudes Diferencias Docente Investigador Docente Investigador • Estar al día de los avances • La mayor parte de su • Su actuación tiene de su campo de estudio. actuación tiene un carácter público. Ha • Identificar los temas y pro- carácter casi privado: de dar cuenta de su blemas más relevantes para entre él o ella y el trabajo a otros exper- el presente y el futuro. alumnado. tos y a sus pares. • Reconocer las creencias y • Sus planes se aceptan • Sus planes son evalua- visiones del mundo que sin más. dos y ha de competir subyacen a las diferentes • Sus proyectos se por los recursos. aportaciones de indivi- renuevan anualmente • Cada proyecto implica duos y grupos. sin solución de conti- un proceso de compe- • Analizar el rigor metodo- nuidad. tición. lógico de los diferentes • Cuanto más potente es estudios. el equipo y mayor la • Señalar los elementos de responsabilidad en él, su área de estudio que mayor es la carga de favorecen apropiarse del burocracia y gestión. conocimiento para guiar la acción. • Estudiar las habilidades y destrezas necesarias para profundizar en el área de estudio. • Planificar la acción (docente o investigador). • Ponerla en práctica. • Evaluar la acción. • Comunicar el proceso y los resultados.
  • 10. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 50 50 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho Siendo estrictos con los listados, quizás no exhaustivos, de la tabla anterior implicaría que todo buen docente universitario estaría en condiciones de poder convertirse en un buen investigador y viceversa. Sin embargo, el hecho de que no suela ser el caso, tiene que ver con un conjunto de factores y circunstan- cias cuya identificación y análisis sobrepasa la finalidad de este trabajo. Aunque, como se muestra en los siguientes párrafos, la predisposición del docente/inves- tigador es fundamental. El pasado mes de abril se publicó una entrevista realizada por Mónica Salo- món al físico Carl Weiman6, cuyos colegas apuestan por él como futuro pre- mio Nobel de Física, de la cual he seleccionado el siguiente extracto: Pregunta: Usted está en la Universidad de Stanford (EE UU). ¿Se dedica sólo a investigar o también enseña? Respuesta: Enseño y más de lo que me exigen. En mi carrera como investiga- dor no puedo ir mucho más allá, y en cambio en la enseñanza queda muchí- simo por hacer. En general en la universidad se transmite muy mal a los estu- diantes, porque la física es interesante. Si se les enseñara física de cosas interesantes en los primeros años… Yo lo primero que enseño es cómo fun- ciona un microondas. Es mucho más atractivo, lo ven todos los días. Pregunta: Pero usted investiga en un área muy poco intuitiva. ¿Cómo pasar de la física de todos los días el condensado de Bose?7 Respuesta: He pensado mucho en eso. Pero es posible explicar lo que hago. Por ejemplo, piense en un contenedor con gas. La temperatura de ese gas es simplemente lo rápido que los átomos se están moviendo; si paras la temperatura lo bastante los átomos se paran. Es lo más bajo que puedes bajar la temperatura. Pues nosotros hemos estado muy, muy cerca, de parar los átomos. La visión poco generalizada de Weiman sirve de contrapunto a la más exten- dida, la que hemos venido señalando, sobre la dificultad de conectar la inves- tigación con la docencia, tal como viene a reflejar la siguiente situación. En otro orden de cosas, recientemente impartí un módulo en un curso de formación del profesorado universitario, en la Universidad de Valencia. Al curso asistían profesores y profesoras que se iniciaban en la docencia o lleva- ban en ella un máximo de tres años. El vicerrectorado correspondiente les «obligaba» a realizar este curso. Mi módulo consistió en compartir con ellos y ellas un proyecto de innovación docente que un grupo de profesores y profe- soras de la Universidad de Barcelona hemos desarrollado e integrado en nues- tras clases8. Tras discutir con ellos las visiones sobre el papel de profesor, los y 6. El País, 11 de abril de 2001 (p. 25). 7. Nuevo estado de la materia llamado Bose-Einstein porque Einstein predijo su existencia en 1925. Enfriando los átomos a casi el cero absoluto, 273 grados centígrados bajo cero, se logra domarlos: los átomos se frenan, dejan de moverse independientemente y se com- portan todos igual, formando una única onda. 8. El proyecto se denomina UB-CAT: Universidad de Barcelona: Colaboración asistida por telemática. http://xiram.doe.d5.ub.es
  • 11. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 51 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 51 las estudiantes, el conocimiento, la evaluación y comunidad en la que se fun- damenta el proyecto en general, y mi forma de entender la enseñanza y el aprendizaje, en particular, pasamos a visualizar el entorno informático reali- zado y utilizado con el alumnado. En un momento dado, comenté que, para nosotros el proyecto también era un proyecto de investigación y que se enri- quecía de los recursos humanos y materiales de otros proyectos que estábamos llevando o habíamos llevado a cabo. En la última parte del curso, uno de los asistentes comentó que casi «nos envidiaba» porque podíamos establecer una línea tan clara y productiva de continuidad entre la investigación y la docencia. Para él, como para muchos de sus compañeros, la investigación y la docencia no sólo no eran dos com- partimentos estancos sino, a menudo, en competición. En general, se piensa en la docencia como la parte menos creativa, más reproductiva, que interfiere y dificulta la dedicación a la investigación. En su caso, pensaba que dedicándo- se como lo hacía a investigar la composición y el funcionamiento del cerebro, no le permitía transferir ningún conocimiento adquirido o elaborado a la docencia. Sin embargo, la visión que nos presenta Carl Weiman sugiere algo bien diferente. Precisamente si alguien investiga, si está elaborando conocimiento sobre un tema o problema y es capaz de pensar que el conocimiento que se transmite, traspasa o se hace accesible a los y las estudiantes, no es diferente al que se desarrolla en la investigación, en principio, está en mejor situación para hacer vislumbrar al alumnado la complejidad del conocimiento, su provisio- nalidad, su potencial para explicar el mundo e intervenir en él, así como su capacidad para modelar opiniones y prácticas. Del mismo modo, también podrá hacerles percibir la importancia de la investigación, las dificultades que encierra, sus dimensiones políticas y éticas. Sin embargo, para que todo esto sea posible resulta necesario que el pro- fesorado universitario se interrogue, como mínimo, acerca de sus: — creencias sobre lo que el alumnado debe aprender, — ideas sobre cómo los y las estudiantes aprenden, — concepciones sobre el conocimiento y su representación. El sentido de las respuestas que se dé cada docente, que nadie podrá dar por él o ella9, le dará la clave para entender hasta qué punto su investigación puede realimentar su docencia. 9. Esto sólo sucede en los exámenes en el que el alumnado contesta lo que sabe que el profe- sorado quiere oír, independientemente de que «se lo crea», le parezca «relevante para enten- der el mundo en el que vive» o esté dispuesta o dispuesto a «olvidarlo en cuanto apruebe el examen».
  • 12. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 52 52 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho ¿Tenemos en cuenta el conocimiento disponible sobre cómo aprende el alumnado? En la década de los años 80 aparecieron en Estados Unidos una serie de publi- caciones sobre la educación de los estudiantes universitarios. La mayoría fue- ron profundamente críticas. Unas en relación a los planes de estudio (Bennet, 1984; National Endowment for the Humanities, 1989); otras criticaban la manera de impartir la enseñanza (Study Group on the Conditons of Exce- llence in American Higher Education, 1984) y otras se mostraban muy des- contentas tanto con el contenido como con el proceso de enseñanza (Boyer, 1987). En la década de los 90 creció de forma considerable el interés por asegu- rar y favorecer la calidad de la enseñanza y el aprendizaje en las universidades. Muchas de ellas establecieron sistemas para asegurar la calidad. La calidad fue definida como el valor de lo que se paga; como ajuste a una finalidad preesta- blecida (de las varias que tiene la universidad, la enseñanza y la investigación las dos más importantes); como transformación, la enseñanza de calidad trans- forma la percepción de los estudiantes sobre el mundo y la forma en la que van a aplicar el conocimiento a los problemas reales, también transforma las concepciones del profesorado sobre su rol docente y la propia cultura de la institución (Biggs, 2001). Durante este tiempo también se han publicado un buen número de infor- mes y resultados de investigaciones sobre cómo aprenden los estudiantes. Sin embargo, como argumenta Terenzini (1999) a pesar del torrente de eviden- cias empíricas, sobre todo en los últimos cuarenta años, relativamente poco o nada ha cambiado, de forma particular en los métodos de enseñanza. Como resume Terenzini (1999) desde la ciencia cognitiva, la ciencia neu- ronal, la antropología, la sociología y la psicología, y otras fuentes, sabemos que el aprendizaje: — Requiere un desafío a las estructuras de conocimiento y creencias actua- les. — Tiene manifestaciones psicológicas y físicas ya que cada individuo tiene un patrón o estructura neuronal única. — Requiere estimulación del cerebro, que se relaciona con el nivel de impli- cación del individuo y la participación activa. — Requiere tiempo para la reflexión, consolidación e internalización si se quiere que tenga larga duración y sea profundo. — No está ligado a un tiempo y un espacio; ocurre de forma continua en un amplio espectro de lugares, a veces impredecibles. — Se maximiza cuando está situado, teniendo lugar en entornos en los que tanto las actividades como los resultados de aprendizaje tienen sentido para el que aprende. — Es relacional y social, dándose mejor en lo que Ewell (1997: 5) denomina «un contexto cultural que proporciona una interacción agradable y apoyo personal substancial».
  • 13. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 53 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 53 De este modo, como hemos apuntado en un trabajo anterior (Sancho y Hernández, 1999) sabemos que los individuos aprendemos más cuando: — Nos implicamos en temas, problemas, actividades y tareas que tienen rela- ción con nuestros propios intereses y preocupaciones. — Trabajamos en contextos de colaboración. — Nos involucramos en procesos de investigación. — Reflexionamos o evaluamos nuestro propio proceso de aprendizaje. — Nos enfrentamos a situaciones de aprendizaje problemáticas. — Relacionamos lo que aprenden en los centros de enseñanza con las expe- riencias de la vida cotidiana. — Exploramos temas y áreas desconocidos para nosotros. — Encontramos relaciones entre temas, disciplinas y áreas de interés perso- nal y social. — Descubrimos que podemos entender y comunicar tanto cosas, aconteci- mientos y fenómenos como aspectos de ellos de forma mejor y más com- pleja posible. De ahí la importancia de tener en cuenta las investigaciones sobre el apren- dizaje y sus implicaciones para diseñar y poner en práctica mejores entornos universitarios de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, como argumenta Terenzini (1999), en muchas clases el apren- dizaje sigue considerándose como la recepción pasiva por parte del estudian- te de un volumen de información que existe «ahí afuera». El aprendizaje en la universidad está centrado en el profesor y dirigido por él; es un conjunto de información y técnicas o métodos transmitidos por alguien «que conoce» a alguien que «ha de aprender». Esto es independiente de que el modo de transmisión sea escrito, como en un libro, multimedia o digital, presencial o a distancia. Al que aprende se le asigna sólo un papel pasivo y receptor en el pro- ceso de aprendizaje. Desde el punto de vista del estudiante, aprender impli- ca la adquisición pasiva de conocimiento y habilidades, no su construcción activa. Las prácticas de enseñanza actuales implican que el aprendizaje es aditivo, lineal y acumulativo; cada nueva transmisión se añade sobre lo ya aprendido antes. Terenzini propone considerar las metáforas que utilizamos cuando habla- mos sobre el aprendizaje de los estudiantes: hablamos de «cuerpos de conoci- miento», de curso como «fundamentos» o «bloques de construcción». En este contexto aprender significa adquirir los ladrillos necesarios, ordenarnos de forma prediseñada y preentendida, para producir un edificio prediseñado y preentendido: la persona formada o educada. Lo que sabemos, y creemos, sobre cómo la gente aprende nos lleva por caminos muy diferentes cuando pensamos sobre la mejor manera de favore- cer el aprendizaje del alumnado. Para Barr y Tagg (1996) la educación superior, prácticamente en todo el mundo, está dominada por un paradigma que pone la enseñanza, no el aprendizaje, en el centro de la empresa de la educación superior. Si queremos promover el aprendizaje del alumnado, argumentan, sus
  • 14. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 54 54 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho avances han de ser la piedra de toque de todo lo que hagamos. Éstos han de convertirse en la fuerza motriz de nuestras escuelas y universidades. Lo que sabemos sobre cómo aprenden los estudiantes implica diseñar entor- nos de aprendizaje bastante diferentes de los que construimos y mantenemos en la actualidad, a pesar de contar con indicios fehacientes de que no son los mejores lugares para aprender. Parece contradictorio y en cierto modo incomprensible que personas y instituciones con un destacado papel en la elaboración de conocimientos que enseñan a otros y que, en casos como los de la educación, intentan utilizar en la mejora de otros niveles de enseñanza, encuentren tanta dificultad para utilizarlos en su propio contexto. Sin embargo, por los estudios sobre la difi- cultad de impulsar el cambio en las instituciones (Sarason, 1990; Sancho, Hernández y otros, 1998; Tyack y Cuban, 1996; Stringfield y otros, 1996; Fullan, 1999; 2001; Bodilly, 1998 entre otros) sabemos que transformar las creencias, las prácticas y las relaciones supone una aproximación sistémica, un reaprender los roles institucionales, formas sistemáticas de calibrar el pro- greso y guiar la mejora, pero sobre todo, una oportunidad específica para la acción. En este proceso, la investigación realizada desde ámbitos como el de la edu- cación representa un papel fundamental. Sin embargo, su posición actual y su falta de prestigio sirven más de freno que de estímulo para impulsar situacio- nes de transferencia. ¿Tenemos las perspectivas contemporáneas sobre el conocimiento? Hasta el momento, la universidad y los profesionales que trabajan en ella siguen siendo los que realizan el volumen más importante de investigación. Además, como hemos señalado anteriormente, parece existir un consenso generalizado en cuanto a la influencia positiva que ejerce la investigación en la docencia. Por ello, resulta difícil explicar no sólo el hecho de que sea esta institución la que haya acometido menos innovaciones y cambios en la forma de impartir la enseñanza, sino también la permanencia, en los planes de estudios, de visio- nes fragmentadas y poco actualizadas del conocimiento. Los planes de estudios realizados en la mayoría de las universidades en la década de los noventa, son un buen ejemplo de esta situación. Autores como Trilla (1993:123), al referirse a la reforma de los estudios de Pedagogía, considera que se dio la oportunidad al sector universitario para lograr una aspiración lar- gamente sentida por algunos miembros de la comunidad. Sin embargo, en su opinión, esta oportunidad se desaprovechó en gran parte porque en el proce- so de reforma se hicieron «más explícitos los vicios de la comunidad universi- taria (gremialismo, endogamia…) que sus virtudes. Antes, siempre podíamos culpar de los desaciertos a otras instancias ajenas a la universidad (el «sistema», los políticos, el ministerio…); ahora, con unos mecanismos formal y amplia- mente participativos y democráticos, a los universitarios no nos queda más remedio que asumir la responsabilidad que nos corresponde».
  • 15. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 55 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 55 Desde mi punto de vista, como argumenté en un trabajo anterior (San- cho, 1997), el mayor problema estriba en cómo lograr ofrecer una formación global, que posibilite a los y las estudiantes, como futuros profesionales, poner el conocimiento adquirido en acción para responder a situaciones complejas y dilemáticas, desde una estructura de estudios compartimentalizada. Desde una concepción del saber «aditiva, lineal y acumulativa». A título de ejemplo, las directrices generales establecidas por el Consejo General de Universidades para la carrera de Pedagogía10, señalan que «habrá de proporcionar una formación teórica y práctica necesaria para el análisis, la organización y el desarrollo de sistemas y procesos educativos». Así mismo con- creta que «las funciones de todo profesional de la pedagogía incluyen, entre otras: la planificación, gestión, organización, y supervisión de instituciones y servicios de carácter educativo y social; la pedagogía social (animación y gestión cultural, educación especializada y educación de adultos; la formación en las organizaciones y en las empresas; la formación del profesorado; la asesoría y el diseño curricular de programas de formación de educación reglada y no- reglada; el diagnóstico, la evaluación y la supervisión en educación; el diseño, la realización y la explotación de recursos tecnológicos11 para la enseñanza; la inves- tigación en educación; etc.». Independientemente de las finalidades y perfiles profesionales, en general, los planes de estudios se concretan en un conjunto de asignaturas obligatorias, optativas o de libre elección, que establecen pocas interrelaciones entre ellas y ofrecen al alumnado una visión desintegrada del conocimiento académico y profesional. Desde una perspectiva meramente cuantitativa, el alumnado cursa un promedio de cinco asignaturas por semestre, es decir, unas cuarenta al final de los cuatro años. Como es bien sabido, la coordinación del profeso- rado universitario, a la hora de planificar y poner en práctica la docencia, o no se da o se realiza por asignaturas cuando hay que impartirlas a varios grupos. En algunas ocasiones, no demasiadas, el alumnado, a sugerencia del profesorado o por iniciativa propia, realiza trabajos o actividades en relación con dos o tres asignaturas. En el resto, la mayoría de las actividades, trabajos y pruebas se sitúan en la asignatura en sí, dificultando al alumnado, y al propio profesora- do, superar el sentido de acumulación de saberes en torno a un tema y llegar a establecer la necesidad de crear nuevos objetos de saber a partir de los referentes que sea necesario incorporar (Barthes, 1974). Del mismo modo, también se dificulta la función articuladora de establecer relaciones no con pretensiones totalizadoras, sino comprensivas, que generen nuevas visiones creadoras. En definitiva, no se propicia el desarrollo de conocimiento relacional como acti- tud comprensiva de las complejidades del mismo, lo que significaría «poner el saber en ciclo». No se fomenta el «aprender a articular los puntos de vista 10. No estaría de más revisar las directrices de las distintas carreras para tratar de establecer la coherencia entre lo que se dice que habría que conseguirse y las oportunidades reales que se le da al alumnado para conseguirlo. 11. La cursiva es mía.
  • 16. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 56 56 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho disjuntos del saber en un ciclo activo» (Morin, 1977: 32), actividades y actitudes básicas para lograr una superación de la compartimentación del saber, debida a la acumulación cuantitativa del mismo, que va ligada cronológicamente a lo que en la historia se ha situado en los inicios de la edad contemporánea. A esta argumentación cabe añadir, como apunta de Weert (1999), la poca claridad existente sobre qué se entiende por conocimiento, aunque su impor- tancia se resalta en todas partes. Mientras los estudios de la sociología de la ciencia, desde la tradición de Merton, trataban al conocimiento como una caja negra con muy poca atención al contenido cognitivo de la ciencia, en enfo- que dominante en la actualidad se centra en la explicación del contenido de la ciencia. Los que trabajan desde esta perspectiva, denominada «constructi- vismo social», adoptan una posición relativista y niegan la importancia de la naturaleza como algo externo objetivo, lo que influye en el contenido del cono- cimiento científico. En este caso, la conducta social del científico se convierte en la parte más importante del contenido de la ciencia y determina cómo se definen las leyes de la naturaleza. Una línea similar se encuentra entre los pensadores posmodernos como Lyotard y Rorty, que no siguen considerando el conocimiento como una narra- tiva trascendente sino que ponen el énfasis en el carácter contingente, frag- mentario y relativo del conocimiento. El mensaje central de Rorty es que hemos de renunciar a establecer la división entre «datos objetivos» e «inter- pretación subjetiva». Los datos y los hechos no son espejos de la naturaleza independientes de sus sujetos. Para Rorty, el desarrollo del conocimiento es un asunto social entre personas y el principal peligro del conocimiento pro- viene de las tendencias a bloquear el flujo de conversación por insistir en uti- lizar «vocabulario canónico para discutir sobre un determinado tema» (Rorty, 1979: 386). En cualquier caso, es importante señalar el paralelismo entre estas dos con- cepciones y el debate sobre la reforma de la enseñanza universitaria de masas. Los valores constructivistas representan un papel importante en el debate cen- trado en el «aprender a aprender» y el avance del aprendizaje independiente en el contexto del aprendizaje a lo largo de la vida. El constructivismo comien- za con la visión de que el conocimiento ha de construirse en la estructura cog- nitiva de cada individuo, por lo que es fundamentalmente personal, a la vez que depende de las experiencias en los entornos de aprendizaje y de las inte- racciones sociales. Por el contrario, la visión «objetivista» concibe el aprendizaje como una entidad externa con un valor absoluto que puede ser transmitido del docente al estudiante (Bostock, 1998). Es este caso el conocimiento se objetiva en un canon o catálogo de hechos, en el que los estudiantes son como «vasos» que pueden llenarse de conocimiento. Mientras en la aproximación contextual los estudiantes son animados a estar activamente implicados en el proceso de aprendizaje a través del trabajo en grupo, medios informáticos, cursos flexibles, y aprendizaje orientado a la resolución de problemas y al tra- bajo. Estas formas intentan la adquisición de habilidades de aprendizaje que permitan al alumnado amasar conocimiento de forma independiente, una acti-
  • 17. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 57 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 57 tud de aprendizaje que va ganando importancia en el contexto del aprendiza- je a lo largo de la vida. Sin embargo, como señala Laurillard (1993), la idea del conocimiento aca- démico como una perspectiva platónica abstracta, como una forma platónica abstracta, se mantiene vigente en la universidad. Además, ha recibido un nuevo impulso con el desarrollo de los modelos cognitivos de procesamiento de la información, que utilizan la metáfora de estructura del conocimiento, o estruc- turas conceptuales, para describir entidades mentales que pueden transfor- marse mediante instrucciones, o incluso representarse en programas de orde- nador. Y esto es así porque, como argumenta Morin (2000), los desarrollos dis- ciplinarios de las ciencias no han aportado sólo las ventajas de la división del tra- bajo sino también los inconvenientes de la superespecialización, el encasilla- miento y el fraccionamiento del saber. De este modo, no sólo han producido el conocimiento y el saber, sino también la ignorancia y la ceguera. Para este autor, nuestro sistema de enseñanza, en lugar de poner correcti- vos a estos desarrollos, no sólo los acata sino que profundiza sus contradiccio- nes. Nos enseñan desde la escuela elemental a aislar los objetos (de su entorno), a separar las disciplinas (antes que a reconocer sus interconexiones), a desunir los problemas, más que a unir e integrar. Nos ordenan reducir lo complejo a lo simple, es decir, a separar lo que está unido, a descomponer y no a recompo- ner, a eliminar todo aquello que aporta desórdenes o contradicciones a nues- tro entendimiento. En estas condiciones, continúa Morin, los espíritus jóvenes pierden sus aptitudes naturales para contextualizar los saberes e integrarlos dentro de sus con- juntos. Sin embargo, el conocimiento pertinente es aquel que es capaz de situar toda información en su contexto, y si es posible, dentro del conjunto donde la misma se inscribe. Se puede decir incluso que el conocimiento progresa prin- cipalmente, no por sofisticación, formalización o abstracción, sino por la capa- cidad de contextualizar y globalizar. Estas visiones sobre el conocimiento y el aprendizaje, poco extendidas en la cultura universitaria y la práctica docente, que se vislumbran como una forma privilegiada para establecer puentes entre la docencia y la investigación, llevan a Morin a plantear un desafío fundamental para la reforma universitaria que tiene que ver con nuestra aptitud para organizar el conocimiento, es decir, para pensar. Aunque, «aquí se llega a un callejón sin salida: no se puede reformar la institución sin haber reformado previamente los espíritus, pero no se pueden reformar los espíritus sin haber reformado previamente las instituciones (Morin, 2000: 129). A modo de conclusión Afrontar las relaciones, interconexiones o interferencias entre la docencia uni- versitaria y la investigación se ha revelado, a lo largo de este artículo, como un excelente punto de partida para repensar las culturas académicas. Cada
  • 18. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 58 58 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho paso en el camino seguido nos sitúa ante fenómenos, problemas, paradojas, «callejones sin aparente salida», que se configuran como otros tantos proyec- tos o ámbitos de investigación, así como desafíos para la calidad de la ense- ñanza. Desde mi punto de vista, si fuese posible señalar el aspecto más crítico de las múltiples encrucijadas en las que se encuentra la universidad respecto a los temas clave de investigación, docencia y gestión, señalaría su necesidad de con- vertirse en una institución capaz de aprender (Senge, 1990). Porque no deja de ser paradójico que una de las entidades que produce el mayor volumen de conocimientos haya sido tachada repetidamente de «burocratizada», «esclero- tizada» y con dificultad para responder con presteza a los desafíos que se le van presentando. No existen fórmulas mágicas que propicien el cambio de estructuras y men- talidades ampliamente instituidas. Sólo existen momentos, predisposiciones y oportunidades: — Momentos para iniciar pequeñas transformaciones que posibiliten la crea- ción de condiciones de trabajo más propicias para la reflexión sobre las implicaciones del conocimiento en acción. — Predisposición para establecer diálogos transdisciplinares entre los distintos estamentos universitarios. Teniendo en cuenta que esta noción presenta, al menos, cuatro características. La primera se refiere a un marco global de trabajo que guía los esfuerzos de resolución de problemas. Este marco se genera y sostiene en el contexto de la aplicación y no se produce una sepa- ración entre el desarrollo y su aplicación. La segunda tiene que ver con el hecho de que la solución al problema planteado comprende a la vez com- ponentes empíricos y teóricos, lo cual es inseparable de su contribución al conocimiento, que no ha de ser necesariamente un conocimiento discipli- nar. La tercera tiene relación con la comunicación de los resultados que, a diferencia de lo que sucede en el modelo tradicional, se busca que la difu- sión se vincule al proceso de su producción y que tenga en cuenta a los diferentes agentes participantes en la misma. La cuarta tiene que ver con su carácter dinámico. El problema que se tiende a resolver es móvil, dúctil, incluso inestable. Por eso, una solución puede servir como punto de partida, como referencia cognitiva, desde la cual se pueden realizar nuevos avan- ces, donde ese conocimiento puede utilizarse en las siguientes fases de la búsqueda (Gibbons y otros, 1994). — Finalmente, han de existir oportunidades para poder poner en práctica, sin un excesivo gasto de energía personal y profesional, las nuevas formas de docencia, investigación y gestión que implicarían utilizar para la acción el conocimiento disponible.
  • 19. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 59 Docencia e investigación en la universidad: una profesión, dos mundos Educar 28, 2001 59 Bibliografía ALEMANY, M. (1999). Investigar en España es llorar. Barcelona: Edicions de la Uni- versitat de Barcelona. BARR, R.B.; TAGG, J. (1996). «From Teaching to Learning: A new paradigm for under- graduate education». Change (noviembre/diciembre), p. 13-25. BARTOLOMÉ, M.; SANCHO, J.Mª (1996). Llibre blanc de la recerca educativa. Barcelo- na: Universitat de Barcelona. BENNET, J.W. (1984). To Reclaim a Legacy: A Report on the Humanities on Higher Edu- cation. Washington, DC: National Endowment for Humanities. BIGGS, J. (2001). «The reflective institution: Assuring and enhancing the quality of teaching and learning». Higher Education, 41, p. 221-238. BODILLY, S. (1998). Lessons learnt from New American School’s scale up phase. Santa Monica, Ca.: Rand. BOSTOCK, S.J. (1998). «Constructivism in mass higher education: a case study». Bri- tish Journal of Educational Technology, 29(3), p. 225-240. BOYER, E.L. (1987). College: The Undergraduate Experience in America. Nueva York: Har- per & Row. BRAXTON, J.M. (1996). «Contrasting perspectives on the relationship between tea- ching and research». New Directions for Institutional Research, 90, p. 5-15. CLARK, B.R. (1997). «The modern integration of research activities with teaching and learning». Journal of Higher Education, 68(3), p. 241-255. DE WEERT, E. (1999). «Contours of the emergent knowledge society: theoretical deba- te and implications for higher education research». Higher Education, 38, p. 49-69. EWEL, L.P.T. (1997). «Organizing for Learning: A new imperative». AAHE Bulletin (diciembre), p. 3-6. FELDMAN, K.A. (1987). «Research productivity and scholarly accomplishment of colle- ge teachers as related to their instructional effectiveness: A review and explora- tion». Research in Higher Education, 26, p. 227-298. FULLAN, M. (1999). Change forces: The sequel. Londres: Falmer Press. — (2001). The New Meaning of Educational Change. Nueva York: Teachers’ College. Third edition. GIBBONS, M. y otros (1995). The new Production of Knowledge. Sage Publications. HENKEL, M. (1999). «The modernization of research evaluation: The case of the UK». Higher Education, 38, p. 105-122. MANSFIELD, E.; LEE, J.Y. (1996). «The modern university; contributor to industrial and recipient of industrial R&D support». Research and Policy, 25, p. 1047-1058. MORIN, E. (1993). «El desafío de la globalidad». Archipiélago, 16, p. 66-72. — (2000). La mente bien ordenada. Barcelona: Seix Barral. NATIONAL ENDOWMENT FOR THE HUMANITIES (1989). 50 Hours: A Core Curriculum for College Students (NEH 0-247-840). Washington, DC: US Government Prin- ting Office. PASCARELLA, E.T.; TERENZINI, P.T. (1991). How College Affects Students: Findings and Insights from Twenty Years of Research. San Francisco: Jossey-Bass. PASCUAL, R. (1991). «Els recursos humans en la recerca». La recerca a Catalunya, repte per al futur. Barcelona: CIRIT. RORTY, R. (1979). «Philosophy and the Mirror of Nature». Cambridge University Press. SANCHO, J.Mª (1997). «Sociedad global, formación compartimentalizada». En ALON- SO, C. (coord.). Tecnología educativa a finales del siglo XX: concepciones, conexiones y límites con otras disciplinas. Vic: Eumo.
  • 20. Educar 28 001-215 15/11/2001 10:22 Página 60 60 Educar 28, 2001 Juana Mª Sancho — (2001). «Estat de la qüestió de la recerca educativa des d’una perspectiva interna- cional, europea i catalana». I Jornades Interdepartamentals de Recerca Educativa. Universitat Autònoma de Barcelona. SANCHO, J.Mª; HERNÁNDEZ, F. (1997). «La investigación educativa como espacio de dilemas y contradicciones». Revista de Educación, 312, p. 81-110. — (2001). «Perspectivas de cambio sobre la enseñanza y el aprendizaje». Simposio sobre el Cambio en la Educación. Barcelona, 15-16 de marzo de 2001. SANCHO, J.Mª; HERNÁNDEZ, F. y otros (1998). Aprendiendo de las innovaciones en los centros. Barcelona: Octaedro. SARASON, S.B. (1990). The predictable failure of educational reform: can we change cour- se before it’s too late?. San Francisco: Jossey-Bass. SENGE, P. (1990). The Fith Discipline. The Art and Practice of the Learning Organiza- tion. Nueva York: Doubleday. STRINGFIELD, S. y otros (eds.) (1996). Bold plans for school restructuring: The New American School Corporation models. Mahwah, NJL: Lawrence Erlbaum. STUDY GROUP ON THE CONDITONS OF EXCELLENCE IN AMERICAN HIGHER EDUCATION (1984). Involvement in Learning: Realizing the Potential of America Higher Educa- tion. Washington, DC: National Institute of Education. TERENZINI, P.T. (1999). «Research and practice in undergraduate education: And never the twain shall meet». Higher Education, 38, p. 33-48. TRILLA, J. (1993). «La llicenciatura en Pedagogia. Història d’un títol i un títol per a la història». Temps d’Educació, 10, p. 123-143. TYACK, D.; CUBAN, L. (1996). Tinkering towards utopia. Cambridge, Ma: Harvard University Press. VIDAL, J.; QUINTANILLA, M.A. (2000). «The teaching and research relationships wit- hin institutional evaluation». Higher Education, 40, p. 221-229.